9 consejos para ganar el Oscar

Autor: Manel Carrasco Fuente: Filmin

“Vaya, esto… esto no me lo esperaba, la verdad. Créanlo o no, pero no he preparado nada… A ver… por supuesto, quiero dar las gracias a mi familia, a mis padres, a mi mujer y especialmente a mis hijos, que son mi luz y mi guía. Quiero también agradecérselo a mi equipo, porque sin ellos esto no hubiera sido posible. Y, cómo no, a mi productor: Clifford, hemos hecho mucho camino juntos. Eres como mi hermano y te quiero, tío. Hay un pedazo de esto que es tuyo. Y… bueno… este premio va para aquellos ciudadanos anónimos que se levantan cada día para traer un sustento a sus familias, porque ellos son los verdaderos héroes. Y también quiero dedicárselo a los operadores de vuelo en huelga de Villatronchos del Bellotar, y a las ballenas, que las cazan mucho y eso no puede ser, y… y… y…”

Y en ese momento vuelves a la realidad gracias a los golpes de tu padre, que lleva media hora aporreando la puerta del lavabo. Entonces te descubres ante el espejo del baño, con un ridículo batín a cuadritos y un bote de champú de marca blanca en la mano, que sostienes como si te fuese a cambiar la vida. ¿Quién no ha soñado alguna vez con ganar un Oscar?  Es lo que deben estar aun pensando los productores de "La La Land" tras el que probablemente suponga el error más clamoroso en la historia de los premios. Y es por ello también que hoy más que nunca, rescatamos estos 9 consejos indispensables que os podrían llevar a haceros con la estatuilla en caso de que vuestra película no sea el musical de moda o la reivindicación racial del año. 9 consejos que SÍ os garantizan que lo petaréis del todo en la noche de los premios de la Academia. 

1. Una historia con gancho (o con mucha pasta)

El tamaño sí importa, y mucho. A Hollywood le encanta colmar de estatuillas aquellas películas donde la épica y el “bigger tan ever” se convierten en el motor de narraciones colosales, que cuentan su minutaje por centenas y se enclavan en paisajes exóticos. ¿Quién quiere ver una película sobre un funcionario de aduanas que mata las horas tricotando calcetines para la familia? Mejor un relato con aroma de clásica (y a veces trágica) historia de amores apasionados en lugares más o menos remotos. Con El paciente inglés (1996) Anthony Minghella se aplica el cuento a la perfección: el Sáhara y la Toscana, el seductor conde dedicado a la arqueología y la bella británica casada con el hombre equivocado, la enfermera que quiere saber y el ladrón que busca venganza, una bonita fotografía, una música envolvente, un par de escenas memorables y 162 minutos (ciento sesenta y dos minutos) de metraje. Resultado: nueve Oscar al saco. Al final, lo que hace Minghella es seguir la senda marcada por Alas (1927), un clásico de rivalidades y amistad de altos vuelos que tiene el honor de ganar el primer Oscar a la mejor película. Ha llovido mucho, pero tampoco hemos cambiado tanto.

Pero si los grandes amores de ayer y de hoy no nos acaban de convencer, siempre nos queda el biópic. Al equipo de Robert Z Leonard, el relato de la vida del productor y director teatral Florenz Ziegfeld le reporta tres Oscar (incluido el de mejor película) y cuatro nominaciones más para El gran Ziegfeld (1936); las correrías de Enrique III y del arzobispo de Canterbury se saldan con un Oscar al mejor guion adaptado y nueve nominaciones más en Becket (1964); Bernardo Bertolucci se pone las botas con los nueve premios de El último emperador (1987);Marion Cotillard da el salto a Hollywood con una estatuilla bajo el brazo por revivir a Edith Piaf en La vida en rosa (2007); y siguiendo para bingo, el ejemplo más reciente es el de su majestad imperial Colin Firth, en traje de Jorge VI, lidiando con el tartamudeo para que El discurso del rey (2010) gane una guerra y se lleve cuatro Oscar.

Por cierto, de las películas citadas, la más corta dura dos horas y la más larga (El gran Ziegfeld) la nadería de 176 minutos. Tomad nota.

2. Un cásting de estrellas

“Eh, chicos, venid a trabajar con nosotros, que hay canapés gratis”. Algo así deben colgar los productores en determinados rodajes, a juzgar por la cantidad de estrellas con las que nutren sus películas. Una batería mareante de nombres de relumbrón, puestos uno al lado de otro, te garantiza una cierta visibilidad, básicamente porque, al margen de la calidad de las cintas, la mayoría de estos intérpretes tienen voto en la Academia y, si no, tienen amigos que sí pueden hacerlo. Éste es uno de los motivos que argumentan los entendidos cuando, contra todo pronóstico, Crash (2004) da la campanada arrebatando el Oscar a la mejor película a la ganadora cantada, Brokeback Mountain (2004). Y eso que la película de Ang Lee se lleva varios premios gordos incluyendo el de mejor director, pero la propuesta de Paul Haggis incluye a Matt Dillon, a Sandra Bullock, a Brendan Fraser, a Don Cheadle, a Ryan Phillippe o a Terrence Howard. Y es que si vas a bajar al ruedo, será mejor que te busques un buen equipo.

Otro que sabe del tema es Steven Soderbergh, capaz levantarle un Oscar a Ridley Scott con una trama coral y fronteriza sobre el mundo del narcotráfico. Vibrante y repleta de caras conocidas, Traffic (2000) es la sensación del año por su colapso de estrellas: Benicio del Toro (Oscar al mejor actor de reparto), Catherine Zeta-Jones, Michael Douglas, Dennis Quaid, de nuevo Don Cheadle, Albert Finney y el cameo de Salma Hayek. Casi nada. Lo mismo ocurre con El mundo está loco, loco, loco (1963) y su rosario de nombres capitaneado por Spencer Tracy bajo la batuta de Stanley Kramer, o con Cold Mountain (2003), con la que Anthony Minghella repite la operación de El paciente inglés con Nicole Kidman, Jude Law, Renée Zellweger o Natalie Portman.

Aunque a veces no hace falta que tu rodaje parezca el camarote de los hermanos Marx. Un solo nombre con fuerza y los académicos se fijarán en ti. Tener a George Clooney, por ejemplo, ayudará a tu película. Qué demonios, tener a George Clooney ayudará a tu vida. Puedes elegir la modalidad actor (a poder ser, personaje vulnerable y moralmente en crisis) y recibir las cinco nominaciones y un Oscar por Michael Clayton (2007). O si lo prefieres, darle la silla plegable del director y que te facture un título del prestigio de Buenas noches y buena suerte (2005), que no cristaliza ninguna de sus seis nominaciones, pero te pone en el mapa.

¿Que George Clooney no te coge el teléfono? Prueba con Jack Nicholson, que dice que si le pasas un buen guion se sube al barco. A Alexander Payne le funciona en A propósito de Schmidt (2002) y desde entonces el director va lanzado. Nicholson sigue la estela de otra especialista en coleccionar Oscar: Katharine Hepburn, que se lleva su primera estatuilla por Gloria de un día (1933) sin sospechar en aquel momento que le esperan aún tres premios más. Y eso que, a finales de los 30, los productores la llegan a tachar de “veneno para la taquillla”. Un hatajo de linces.


3. Un intérprete que se supera

“De este año no pasa que gano el Oscar”. Y con esta idea, metida entre ceja y ceja, algunas de las estrellas más rutilantes del firmamento cinematográfico echan el resto por un proyecto, a priori, ganador. Si algo te garantiza una nominación en las categorías de interpretación es que se note que te lo has currado, que te has pegado horas en la sala de maquillaje, que has sometido tu cuerpo a dietas de adelgazamiento y engorde y tu mente a férreos ejercicios de introspección para empaparte del personaje. Luego lo de menos es si encarnas a un heladero de Barbate que aparece en un solo plano, de lejos y en medio de una multitud: aquí lo importante es que haya introspección.

Ejemplos hay muchos, pero reina no hay más que una: Meryl Streep, que no cuenta con la friolera de quince nominaciones y tres Oscar por casualidad. El camino que va desde la traumatizada madre de La decisión de Sophie (1983) hasta la (escalofriante) recreación de Margaret Thatcher en La dama de hierro (2012), pasando por la inflexible investigadora de La duda (2008), donde se rodea de otros oscarizables,da buena cuenta del camino a seguir.

Otro que tal baila es Sean Penn, que no le hace ascos a un roto ni a un descosido. ¿Qué toca interpretar a un tipejo en caída libre, que resulta que es el segundo mejor guitarrista de la historia? Pues nada, nada, Acordes y desacuerdos (1999). ¿Qué convendría que bordara el personaje de un padre con un ligero retraso mental que lucha por la custodia de su hija a ritmo de Beatles? Pues aquí tenemos Yo soy Sam (2001). Total: dos nominaciones al Oscar que jalonan una carrera en la que la estatuilla, de vez en cuando, caerá en sus manos.

Claro que los hay que se pasan tres pueblos, como Daniel Day Lewis, sin ir más lejos. Que sí, que todos sabemos que es un genio, pero algunos considerarán que no es del todo imprescindible que siga interpretando una parálisis cerebral casi completa en los descansos del rodaje de Mi pie izquierdo (1989), hasta el punto de romperse dos costillas. Otros dirán que eso de ir al mercado, a renovarte el DNI o a cenar con tu tía Eduvigis cargado con un gran cuchillo porque tienes que empaparte de tu personaje en Gangs of New York (2002) es un pelín excesivo. E, incluso, que dejarte la garganta ensayando un timbre de voz acorde al protagonista de Pozos de ambición (2007) puede resultar un poco engorroso para tu entorno, por no decir inquietante. Pero, oye, Day Lewis tiene tres Oscar al mejor actor y dos nominaciones más, así que a ver quién le quita sus neuras.

A veces, en cambio, de lo que se trata es de asumir riesgos en una carrera más o menos orientada hacia otro lado… o en una curva descendente. ¿Quién mejor para interpretar a un personaje complejo que alguien que ha sufrido en sus carnes dichas complejidades? A Mickey Rourke, actor de moda en los ochenta metido a boxeador fracasado metido a bala perdida, el protagonista de El luchador (2008) le va que ni pintado. Humphrey Bogart, por su parte, tira de galones para encarnar a un tierno y desastroso borrachín en La reina de África (1951) y se lleva de calle su único Oscar. ¿Y qué decir de Colin Firth? Un actor condenado a papeles de envarado sosainas hasta que se cruza en su camino Tom Ford y le pide que se abra en canal para Un hombre soltero (2009). O Gary Cooper, que tras denunciar a simpatizantes comunistas durante la Caza de brujas se da cuenta de las repercusiones de lo que ha hecho y batalla como un león por Solo ante el peligro (1952),un proceso contra la paranoia del senador McCarthy disfrazado de Western.


4. Un director de sólido prestigio

Hitchcock no ganó el Oscar a la mejor dirección, ni Raoul Walsh, Chaplin, Kubrick o Sidney Lumet. Cada vez que uno de estos grandes nombres se nos va sin haber recibido la estatuilla la Academia se avergüenza un poquito más. Hay nombres gafados, pero en términos generales la industria intenta premiar a todos sus grandes tótems al menos una vez. Lo mejor que puedes hacer para asegurar este campo es llamarte Clint Eastwood. O, en su defecto, tener a alguien cerca que se llame Clint Eastwood. Al antiguo alcalde de Carmel no le tose nadie, especialmente desde que su espectacular carrera empieza a verse recompensada con premios y nominaciones. Con Million Dollar Baby (2004) sube a recoger su tercer y su cuarto Oscar, que se unen a cuatro nominaciones más. La historia de amor (paternofilial) entre una boxeadora con mala estrella y un entrenador en horas bajas es el tipo de material que Eastwood sabe convertir en memorable, y los Oscar están aquí para certificarlo.

Mucho antes que él, una leyenda de la talla de John Ford ya destaca por su capacidad para acaparar. Tras abrir la veda con El delator (1935), que se alza con cuatro estatuillas, La diligencia (1939) se lleva dos premios más y cinco nominaciones. Su relación con el tío Oscar llega hasta los años cincuenta, cuando consigue otro premio al mejor director (el número cuatro) por El hombre tranquilo (1952). Otro que tal calza es Frank Capra, tres galardones al mejor director y tres nominaciones más por títulos como Qué bello es vivir (1946), que lo convierten en un clásico de la historia del cine. Claro que, si Ford y Capra son todoterrenos, esperad a ver a Billy Wilder. Ganador de hasta seis premios, nominado en once ocasiones más, su nombre es leído de manera habitual en las ceremonias que van de los años 40 a los 60, ya sea como guionista o como director, en trabajos como Bola de fuego (1941) o En bandeja de plata (1966). También podemos fichar a Woody Allen, pero no olvidemos que nunca acude a las ceremonias cuando lo nominan, como ocurre con Balas sobre Broadway (1994). Solo ha ido una vez, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, para apoyar públicamente a la ciudad de Nueva York.

A veces ocurre que un gran nombre del cine mundial no gana el Oscar al mejor director, pero sí el de película extranjera que, para la mentalidad de la Academia, es una suerte de equivalente en aquellos casos en los que el cineasta en cuestión no trabaja en los EEUU. Es lo que ocurre con Federico Fellini, que compite hasta en doce ocasiones (que se dice pronto) con trabajos como Los inútiles (1954), La dolce vita (1960) o Fellini Satiricón (1969) y acaba llevándose premios a la mejor película extranjera por títulos como Ocho y medio (1964). O Ingmar Bergman, nueve nominaciones al Oscar y galardones en la misma categoría que Fellini por El manantial de la doncella (1959), Como un espejo (1961) o Fanny y Alexander (1982). François Truffaut, quizás uno de los directores franceses más conocidos en Hollywood, cuenta con tres nominaciones y, una vez más, solo La noche americana (1973) se ve recompensada con el Oscar a la mejor película extranjera. En cambio, el que ha roto moldes es Pedro Almodóvar, quien tras varias nominaciones logra el Oscar por Todo sobre mi madre (1999) en la misma categoría que sus colegas… pero también se alza con la estatuilla al mejor guion por Hable con ella (2002).


5. Un pedazo de realidad

A veces es cuestión de liar el petate y salir a ver mundo, que la ficción está muy bien, pero si hay una categoría de los Oscar que ha subido como la espuma en los últimos años ésa es la del documental. Se conoce que están los tiempos como para que alguien nos los explique bien de una maldita vez. Para ello, nada como viajar al Nueva Orleans post-Katrina y dar voz al matrimonio Roberts, que nos muestra cómo sobreviven al desastre (y al gobierno) en Trouble the Water (2008). Otra escala del periplo nos acerca a la Cisjordania de Emad Burnat, un joven videoaficionado palestino con mucha mili a sus espaldas. 5 cámaras rotas (2011) son, precisamente, las que necesita para rodar en paralelo el nacimiento de su hijo y la construcción de un muro que los separa de los asentamientos israelíes. Cinco cámaras que sirven a Emad para dar testimonio de un combate desigual que destruye vidas y aísla a una comunidad que, sin su testimonio gráfico, también se quedaría sin voz.

Claro que hay otras maneras de viajar. Thor Heyerdahl se sube a un catamarán y se pega un crucero no precisamente de placer en Kon-Tiki: El documental (1950). Jacques Perrin sigue las migraciones de varias especies de aves en Nómadas del viento (2001) y Luc Jacquet acompaña a los pingüinos en su marcha de centenares de quilómetros a través de la Antártida en El viaje del emperador (2005). Y para los que quieran dar el do de pecho y sumar documental de animales y de denuncia, The Cove (2009) nos enseña cómo unos activistas luchan contra las masacres de delfines en Japón con métodos propios del cine de espías.

Aunque si nos aterran los aviones y nos hacemos un lío con el cambio de moneda, siempre podemos optar por el documental cultural. Mirad si no a Wim Wenders, que en Pina (2011) homenajea a una amiga, nos sumerge en la obra de una de las más destacadas coreógrafas de los últimos años y (para los que la pudieron ver en el cine) nos demuestra que el 3D, de vez en cuando, vale su precio. O fijaos en Banksy, el artista callejero que hace sus pinitos en el mundo del cine con la descacharrante y reveladora Exit Through the Gift Shop (2010). Todos ellos certifican que el documental está de moda. Quién sabe si se llevará el premio a mejor película el día menos pensado.


6. Que no te sepan ubicar en el mapa

“Por favor, rueda algunas escenas con la imagen desenfocada, que quiero ganar el Oscar a la mejor película extranjera”. Con estas palabras, dirigidas a su operador de cámara, Billy Wilder resume a base de vitriolo la percepción que a veces se tiene de este premio. Para algunos es el elemento transgresor de la gala, para otros una concesión a la internacionalidad que siempre da lustre a los premios. ¿Dónde si no puedes ver a Jennifer Garner entregar un premio a Michael Haneke? Lo que pasa es que a veces los académicos quieren convencerte de que ellos ven cine de todas partes y no se arrugan a la hora de nominar a un título en gaélico, rodado en Kuala Lumpur y protagonizado por una familia de Cornellá de Llobregat. Son esas películas en las que el actor o la actriz de turno que lee los premios lo pasa tan mal que tú solo esperas que algún año nominen a Apichatpong Weerasethakul.

Así que cuanto más remoto mejor, y eso en los estándares norteamericanos significa por igual los procelosos mares que surcan los navegantes de Kon-Tiki (2012) que una estación de tren checoslovaca en medio de la Segunda Guerra Mundial en Trenes rigurosamente vigilados (1966). Lo importante es que suene raro, y si encima amalgama diferentes naciones, pues dos pájaros de un tiro. Sin ir más lejos, Z (1969) está dirigida por Costa Gravras, ambientada en Grecia, presentada bajo bandera de Argelia, protagonizada por actores franceses y escrita por un español: Jorge Semprún. -“Supera eso”- deben pensar los académicos al premiarla con los Oscar a la mejor película extranjera y al mejor montaje. Un caso más curioso es el de Tres colores: Rojo (1994), dirigida por un polaco, situada en Suiza y dedicada a la bandera francesa, porque los estatutos de la Academia la descalifican en la categoría de película extranjera (donde es la clara favorita) pero la nominan a director, fotografía y guion. Y a aquellos que dicen que la Guerra Civil Española está muy quemada… solo recordarles que El laberinto del fauno (2006) es uno de los títulos no hablados en inglés más taquilleros de los Estados Unidos. Un poco como La vida es bella (1997), uno de los mayores éxitos de su año, que logra no solo llevarse el Oscar a la mejor película extranjera y a la mejor música, sino el hito de ser la primera en lograr para Roberto Benigni el premio al mejor actor en una lengua que no es el inglés.


7. Un cierto aroma indie (pero sin pasarse)

A menudo se considera que los Oscar son unos galardones creados por los peces gordos de la industria para premiar a los peces gordos de la industria, y algo de verdad hay en esto. Pero no deberíamos olvidar que, de vez en cuando, la Academia debe dar apariencia de transversalidad y subrayar que tiene muy presente a aquellos cineastas que prefieren los márgenes. Aún no hemos llegado al día en que la alfombra roja se pueble de figuras del mumblecore, por poner un ejemplo, pero ya en 1969 John Cassavetes recibe una nominación en la categoría de mejor guion por Faces (1968) y, seis años más tarde, otra al mejor director por Una mujer bajo la influencia (1974).

Desde aquel entonces, en cada edición tiende a colarse una o más películas que los cronistas catalogan de “la cuota indie”, normalmente producidas por filiales de grandes estudios con una cartera de proyectos un poco más transgresora y, definitivamente, más barata. Entre los principales artífices de esta tendencia podemos señalar tranquilamente a Quentin Tarantino y a los hermanos Weinstein, sus productores ejecutivos. Películas como El indomable Will Hunting (1997), Precious (2009) o Los chicos están bien (2010) han hecho valer su condición de “cine indie”, además de sus calidad, para entrar en las nominaciones. Un caso más curioso es el de En tierra hostil (2008), la gran ganadora de su año, que para algunos debería considerarse parte de este movimiento porque su presupuesto de quince millones de dólares no la aleja mucho de otras producciones que sí reciben este apelativo, a lo que hay que sumar el tono de la película de Kathryn Bigelow e incluso el hecho de que se enfrentase por las estatuillas nada más y nada menos que a Avatar (2009). La definición de lo que se puede considerar “indie” es bastante difusa, pero si queremos entrar en el Kodak Theatre sin rascarnos demasiado el bolsillo, conviene tenerla en cuenta.


8. Harvey Weinstein

El hombre. Cuando todo lo demás falla, llamad a Harvey Weinstein. El antiguo capataz de la productora Miramax (junto a su hermano Bob) vuela por libre desde la compra de su empresa por parte de Disney. Ahora, a los mandos de The Weinstein Company, es uno de los principales valores seguros cuando se trata de lograr un asiento en el Kodak Theatre. Weinstein es el descubridor de Quentin Tarantino, el valedor de David O. Russell, el forjador de un nuevo estilo de películas que, invariablemente, acaban en los Oscar. El paciente inglés y Cold Mountain (2003), con Anthony Minghella; Las normas de la casa de la sidra (1999) y Chocolat (2000), con Lasse Hallström; El indomable Will Hunting, Gangs of New York, Descubriendo Nunca Jamás (2004), The Fighter (2010)… la lista es mareante y no parece tener fin. Weinstein y la Academia han tenido sus más y sus menos, pero nadie niega su capacidad para remover cielo y tierra hollywoodiense cuando se trata de competir por los Oscar. Su nombre asociado a una película es una garantía casi absoluta de figurar en las quinielas.


9. Lo que NO debes hacer

A ver, cómo te decimos esto sin que te lleves un disgusto… Nosotros ya sabemos que eres un artista, que nadie coarta tu obra, que el único límite es el universo y todo eso… pero si quieres bajar las escaleras del Kodak Theatre, recoger una estatuilla y gritar “¿Cómo está la muchachada?”, será mejor que los experimentos los hagas con gaseosa. Steve McQueen (el director) ha aprendido la lección a tiempo de colar 12 años de esclavitud (2013) en la gala de este año y llevarse el premio gordo, que ya se le escapó en el 2011: Parece ser que enseñar la minga en pantalla tampoco vuelve loco al personal, por mucho que te llames Michael Fassbender y tengas material para exhibir. De otra manera no se entiende cómo Shame (2011), uno de los peliculones de la segunda década del siglo XXI, se fuese de vacío no ya de la ceremonia, sino de las nominaciones. McQueen, Carey Mulligan y el propio Fassbender protagonizaron una de las sorpresas más desagradables de su año cuando la Academia los dejó de lado. Historias de sexoadictos de pasado oscuro no, gracias. Y el susodicho, en los pantalones.

Algo parecido le ha ocurrido este año a La vida de Adèle (2013) que, rifirrafes entre actrices y director al margen, suena en todas las quinielas como una de las favoritas hasta que la mismísima academia francesa decide no seleccionarla como su representante. Se ve que tres horas de una bonita historia de amor entre dos chicas no entra en los parámetros de los Oscar, y menos con escenas de sexo tan explícitas. Más extraño resulta el caso de El Mayordomo (2013), que lo tenía todo para figurar entre las nominadas (Harvey Weinstein incluido) y en cambio se ha quedado sin nada.

Luego hay los que no pasan por el aro. En 1919 Erich Von Stroheim empieza su carrera como director dispuesto a comerse al mundo. Y la verdad es que talento no le falta, el problema es que también va sobrado de temperamento. Entre sus brillantes ocurrencias se cuenta la de querer estrenar Avaricia (1924) como una película de siete horas o como dos entregas de tres y media, ante el ataque de nervios de la Metro, que la mutila hasta unos 140 miserables minutos. Tampoco ayuda que se lleve a matar con sus actores, ni que mantenga una guerra abierta con el joven productor Irving G. Thalberg, uno de los hombres más poderosos de Hollywood, que acaba perdiendo. Si a esto añadimos que la prensa de la época lo tacha de sádico pervertido y que por todo Los Ángeles vuelan rumores sobre su vida íntima de lo más floridos, se entiende que uno de los mayores cineastas de los primeros tiempos solo reciba una nominación, que sea al Oscar al mejor actor de reparto, por una película como El crepúsculo de los dioses (1950) que ni tan siquiera ha dirigido él, y que encima ni lo gane.

Otro damnificado por su carácter incontrolable es Orson Welles, una de las mayores víctimas de la manía de los grandes estudios de controlar el montaje final. Con Ciudadano Kane (1941) se las apaña para dejar patidifusa a la comunidad del cine con solo 26 años, ganar un Oscar al mejor guion y cabrear a William Randoplh Hearst, poderosísimo hombre de negocios que sirve de modelo a su personaje. Y todo ello en una sola película, para que luego digan que no es un genio. Claro que al hacerlo se pone en el punto de mira de las grandes majors, que no están dispuestas a tolerarle salidas de tono ni veleidades autorales que saboteen lo más mínimo el engranaje de la fábrica del cine. Welles tiene enfrentamientos con la industria en todas sus producciones a partir de El cuarto mandamiento (1942) hasta el punto de que se exilia de la industria y busca fuentes de financiación en países como España, donde algunas de sus producciones llegan a buen puerto y otras, como su Don Quijote (1992), se convierten en rarezas para deleite de los amantes del cine. La única que le funciona en taquilla es el espléndido thriller El extraño (1946), que en cambio es la película que menos le convence de su filmografía. Y los Oscar, ni olerlos.

Y luego tenemos a Rob Zombie, capaz de rodar auténticas virguerías como La casa de los mil cadáveres (2003), Los renegados del diablo (2005) o The Lords of Salem (2012), que no acaban de cuajar en la Academia porque… err…mejor comprobadlo vosotros mismos.

Y con eso es todo. Ya estáis listos para ganar un Oscar. Un poco de talento no viene mal, todo hay que decirlo, pero tampoco os lo vamos a dar todo masticado. Por lo demás, si seguís estos consejos tenéis el premio en el bolsillo. No os olvidéis de dedicárnoslo en vuestros agradecimientos, normalmente se nos menciona entre los padres y el productor. De nada.

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