“Parthenope”: Cuando el cine se atreve a desear

Autor: Gerard Cassadó

“Parthenope”: Cuando el cine se atreve a desear

“El hecho de ser hombre, blanco y contar la historia de una mujer a mi manera supone un problema para algunas personas”. Con este quejido decidía Vanity Fair titular su entrevista con Paolo Sorrentino alrededor del estreno de “Parthenope”, la última película del director de “La gran belleza” o “Fue la mano de Dios”, entre otros éxitos recientes del cine europeo. Su declaración señala directamente a aquellos que han interpretado el film como una obra sexista que ahonda en la vampirización masculina del cuerpo femenino. En efecto, “Parthenope” es ante todo una película fascinada por la belleza de una joven, de nombre mitológico e interpretada por la debutante Celeste Dalla Porta, cuyo cuerpo y vida ejercen de espejo de la historia reciente de Nápoles, la ciudad natal de Sorrentino. Como afirma el propio cineasta en los materiales promocionales de la película: “Nápoles es libre, Nápoles es peligrosa, Nápoles nunca juzga. Nápoles es como Parthenope".

Para ilustrar la cuestión, nos sirve referenciar dos textos escritos por sendos críticos españoles alrededor del film. En El País, Carlos Boyero afirma: “No aparto la mirada de la pantalla durante todo su metraje (...) por la continua presencia de una actriz llamada Celeste Dalla Porta: belleza prodigiosa”. En ABC, su compañero Oti Rodríguez Marchante se une a la fascinación: “Dos ingredientes (...) hacen posible elogiar una vez más el cine de Sorrentino (...) El segundo y más apabullante, es la actriz Celeste Dalla Porta”. Seamos claros: existe un problema estético cuando un señor, aposentado en su privilegio, elogia la presencia física de una mujer. Sin entrar en detalle, siglos de desigualdad, abusos y agresiones a las mujeres justifican la hipersensibilidad de nuestra sociedad hacia este tema. Pero en realidad, Boyero y Marchante se limitan a validar los mecanismos con los que Sorrentino ha construido este retrato. Es como si afirmaran que una comedia les ha hecho reír o que una película de terror les ha mantenido en vilo. Misión cumplida por parte del director.

Y es que “Parthenope” es una película rendida a la belleza de su protagonista que intenta hacer cómplice al espectador de la fascinación del director por su musa. Lo logra mediante estudiados elementos formales: las imágenes al ralentí de Parthenope, sus sonrisas a cámara derribando la cuarta pared, su vestuario -diseñado por Anthony Vaccarello de Yves Saint Laurent- que va evolucionando junto al personaje pero siempre juega a favor de obra, o ese eterno cigarrillo que reposa, desafiante, sobre el labio inferior de la joven y que nos evoca a aquellos tiempos en los que fumar en el cine era un acto casi erótico. Solo hay que recordar la primera aparición de Celeste Dalla Porta en el film para entender a qué imaginario nos asocia Sorrentino: Como si de una Chica Bond se tratase, Parthenope irrumpe en pantalla saliendo del mar, en un plano frontal, como si quisiese adherirse a esa tradición que convirtió en mitos eróticos a Ursula Andress y a Halle Berry.

A lo largo de la película, la belleza de Parthenope es vitoreada por la calle por propios y extraños, por hombres y mujeres, convertida casi en objeto sacramental. En otra secuencia, la joven acabará engalanada con reliquias religiosas por un “obispo luciferino”, contemplada como un milagro, adorada como una virgen.

Lo que entra en debate no es, entonces, si la película de Sorrentino es coherente y eficaz, sino más bien su pertinencia. Hollywood construyó su leyenda activando el deseo y la fascinación del espectador hacia su star system. Poco importaba si Rodolfo Valentino era mejor o peor actor, lo relevante era que el espectador no pudiese apartar su mirada de Rodolfo Valentino, que la espectadora (o el espectador) desease sexualmente a Rodolfo Valentino. En ocasiones, la gran pantalla ha temblado al descubrirnos por primera vez la presencia de una nueva estrella. Solo hay que recordar cómo se contemplaba a Penélope Cruz en “Jamón, jamón” y en “Todo es mentira”, o a Cameron Díaz en “La máscara”, para evocar instantes epifánicos del séptimo arte en los que el deseo traspasaba la pantalla. 

Pero regresando a la pertinencia, vivimos tiempos en los que puede resultar incómodo, incluso violento, que un hombre exhiba su deseo en fotogramas. Es algo de lo que podría escribir una tesis Abdellatif Kechiche: el aplauso unánime y acrítico a la Palma de Oro por “La vida de Adèle” ha sido enmendado con el tiempo por numerosas voces que afean su mirada patriarcal al erotismo femenino (y lésbico) en la película. Su última obra, la trilogía “Mektoub, My Love”, sigue cerrada a cal y canto en un cajón varios años después de su estreno en Cannes y Venecia, sencillamente porque a Kechiche se le fue la mano. Lo resumía muy bien Nando Salvá en El Periódico: “Hay escenas (de Maktoub, My Love) que cargan de razones a quienes consideran a Kechiche un salido".

¿Es entonces “Parthenope” también la película de “un salido”? Deberíamos poder objetar, al menos, que es algo más que eso. Y es que en contraposición al deseo masculino, superficial y visual, de Sorrentino, la película nos confronta con la Parthenope deseante, con su deseo femenino. Frente a la belleza obvia, abrumadora por evidente, de la protagonista, el film alude a la mucho más compleja atracción de Parthenope por el misterio, por lo oculto, incluso por lo monstruoso, que le lleva de la admiración intelectual (la que siente por el viejo y alcohólico escritor homosexual John Cheever, encarnado por Gary Oldman) al deseo por lo prohibido (aquel que se esconde más allá de la puerta en la que vive el hijo de su profesor). 

Una escena de la película es, en este sentido, muy elocuente: 

A través de un pasillo oscuro Parthenope irrumpe en una vaporosa habitación en la que va a vivir su primera experiencia lésbica (al menos, la primera registrada por la película), con Flora Malva, una prestigiosa profesora de interpretación que siempre oculta su rostro, desfigurado tras una fatal intervención estética. El deseo, flotante, etéreo, de la escena representa la atracción de la joven por lo oculto, que nada tiene que ver con el placer estético o la admiración hacia la belleza de todos los hombres que se rinden a sus encantos.

En última instancia, “Parthenope” no solo es un reflejo del deseo masculino y su actual impertinencia, sino también un vehículo para explorar las capas más profundas del anhelo humano, donde lo bello convive con lo prohibido y lo superficial con lo trascendente. La película de Sorrentino nos invita a cuestionar las miradas que construyen el cine y las narrativas que perpetúan los mitos, mientras nos sumerge en un universo donde el deseo no solo se contempla, sino que se confronta. Quizás ahí radique su verdadera audacia: en recordarnos que la gran pantalla sigue siendo un espacio para la contradicción, el debate y la complejidad.

Publica un comentario

unnamed

Sin comentarios