AFF 2018: "Quiero lo Eterno" arde el ninilismo
Con "La Extranjera" Miguel Ángel Blanca nos brindaba un inquietante retrato de la Barcelona más sonrojante: turismo masificado, ocio vacío por un tubo y sol, mucho sol. La cotidianidad de esa ciudad tomada por un ejército de zombies que hacen cola en cualquier museo y/o monumento empuñando palos de selfie. Pues bien, lejos del sol, pero más cerca que nunca de la alienación más extrema nos llega entre tinieblas "Quiero lo Eterno", una suerte de Larry Clark 3.0 cuyo brutal impacto viene exento de sexo. Es "La naranja mecánica" de la generación trap. Noche y pesadilla, cervezas y gasolina, tatuajes y tabaco. La juventud y el fin del mundo. Arde la pintura, quema el cliché. Pero ante todo, arde el ninilismo.
¿De qué va?
Un grupo de adolescentes outsiders emprende un viaje para encontrarse a sí mismos en otra realidad. El mundo está deshabitado y ellos destruyen todo que encuentran en el camino.
¿Quién está detrás?
Vocalista del grupo Manos de Topo y artista audiovisual, Miguel Ángel Blanca tiene pulso de genio inclasificable tras la cámara. Desde Filmin no reafirmamos en ello con su obra (casi) al completo.
¿Quién sale?
Nina Mirez, Mestre Toscau, Morisol Tozzi, Yvng Bautas, Vily Jan Tinta, Cristian Subirá, Alberto Flores y Carmela Poch conforman "Generación Genética", un grupo de jóvenes que el propio Miguel Ángel Blanca conoció en un concierto y que realmente viven al margen de la sociedad en una dimensión que ellos mismos generan. Ninis extremos con códigos propios cuya existencia diaria parte de Internet para ceñirse a un constante salto sin red hacia el más lacerante nihilismo. Almas solitarias que creen tener el mundo entero al alcance de su mano pero que irremediablemente viven inmersos en su propio desconcierto vital. Supuestamente tan libres como independientes, no son más que víctimas a manos del disfuncional mundo adulto del que dependen. "Quiero lo Eterno" se construye sobre escenas e improvisaciones creadas a partir de situaciones reales que el propio director vivió saliendo de fiesta con ellos por Barcelona a lo largo de cinco meses.
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¿Qué es?
Ciencia ficción y ninilismo. Un Larry Clark 3.0 cuyo brutal impacto viene exento de sexo.
¿Qué ofrece?
El histórico Jean Jacques Rousseau definía la adolescencia "como un segundo parto. En el primero nace un niño y en el segundo, un hombre o una mujer, y siempre es doloroso”. Y no, desde luego que nosotros no tenemos la potestad como para llevar la contraria a todo un Rousseau. Tampoco hace falta, nuestro nuevo mundo habla por si solo. Las nuevas tecnologías, las nuevas generaciones, los nuevos modelos de familia y economía. En definitiva, la alienación de un universo entero que también ha conllevado la alienación de 'ellos'. Ese segundo parto del que nos hablaba Rousseau, allá donde debería nacer un adulto, es donde hoy día también, lejos de abrazar la madurez, nace el 'nini'. Se les dijo que ellos eran el futuro y que si se aplicaban conseguirían lo que quisieran, pero no han hecho más que darse de bruces con la cruda realidad. Música electrónica, reaggeton, raves, relaciones esporádicas...pero también crisis existenciales, falta de oportunidades y una sensación de que el mundo no está preparado para ellos. La ultraexistencia tornada en pesadilla. La realidad en distopía. El documental verité en ficción experimental. En otras palabras, querer lo eterno.
El demoledor paradigma que da sentido a una obra tan extremadamente transgresora e inclasificable como lo es "Quiero lo Eterno" es el infame caso real de la indigente abrasada en un cajero automático de Barcelona allá por 2005 a manos de tres adolescentes de clase alta y sin antecedentes penales. Algunas de las posibles causas, inconcebibles motivaciones que pudieron llevarles a cometer un crimen tan deleznable, levitan en la nueva y demoledora película de Miguel Ángel Blanca. Una obra tan portentosa como radical en su impulsivo empleo del digital, que es ante todo una inmersión hacia lo oscuro, una eyaculación de dolor que lejos de buscar y encontrar respuestas, se sumerge e indaga en ellas. Y lo hace a través de un retrato severo y poéticamente lóbrego de un grupo de adolescentes drásticamente autodestructivos que está impregnado de una estremecedora atmósfera pesadillesca, una constante amenaza de masoquismo y violencia (tanto sugerida como explícita). También de conversaciones y monólogos llenos de turbadora poesía que directamente, dan escalofríos. Carpe Diem, pero en su modo más sombrío. Arde el ninilismo.
