El infierno puede estar lleno de buenas intenciones

Autor: Filmin Fuente: Filmin

Un grupo de voluntarios se enfrentan a un dilema moral al querer sacar a 300 huérfanos víctimas de la guerra del Chad para entregarlos en adopción a parejas francesas. Es el punto de partida de "Los Caballeros Blancos", película merecedora del Premio al Mejor Director en el pasado Festival de San Sebastián que de forma gratuita se proyectará hoy en Palma (Ses Voltes) y de forma simultánea estará disponible en Filmin a partir de las 22h. Una obra mayor cuyo discurso, tan poderoso como devastador, se plantea los beneficios y perjurios de la acción humanitaria para desembocar en una deshumanizada conclusión: el infierno puede estar lleno de buenas intenciones. Avisados estáis.

Vincent Lindon, Valérie Donzelli y Reda Kateb protagonizan lo nuevo del director de esa hanekiana y cassavetianamente demoledora revelación que fue "Perder la Razón". Una vez más, Joachim Lafosse aborda un tema áspero y complejo: después de haber retratado a una madre infanticida en su último film y haber descrito la relación carnal entre profesor y alumno en "Elève Libre", con "Los Caballeros Blancos" llega el turno de plantearse los beneficios y perjurios de la acción humanitaria para volver a demostrar que el infierno está repleto de buenas intenciones. Su título ("Los caballeros blancos"), es una prueba más de su mordaz ironía a la hora de abordar el asunto y este no es otro que el conflicto que sobrevuela a un grupo humano que a pesar de sus fuertes convicciones e insobornable idealismo, caen de forma inconsciente en el tráfico de personas, en la compra-venta de niños, fomentando aún más si cabe tan perverso negocio creyendo que precisamente están haciendo todo lo contrario. Un sinsentido (in)humano que nos lleva al reto quimérico de un anti-héroe típicamente herzogiano (con Lindon en plan Kinski) que se siente formalmente sobrio y compacto, que antepone el rigor y la metodología en la (no) acción (a ratos se siente mucho más cercano a un documental digno de Hubert Sauper), a la espectacularidad o el simple golpe de efecto, para desembocar, como era de esperar ateniéndonos a quien está tras la cámara, en una demoledora conclusión.






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