Cápsulas de filmin: Del expresionismo alemán al cine negro (parte III)
Tercera de cuatro Cápsulas de Cine dedicadas a la influencia del expresionismo alemán en el cine negro. Uno de los recursos mejor identificables de tal influencia ha sido el universo onírico, el delirio en las formas y la pesadilla en la atmósfera. Dos grandes ejemplos, por antonomasia, son "El gabinete del Doctor Caligari" (Robert Wiene, 1919) y "La dama de Shanghái" (Orson Welles, 1947).
Se dice del delirio onírico que es consecuencia conocida de estados febriles del cuerpo, pero este también se manifiesta cuando nos descubrimos entorno a una realidad que nos supera, simulando dicho transtorno una válvula de escape.
Si bien son muchos los motivos que nos pueden llevar al delirio, la plástica del cine parece haber dado con el gesto de aquellas circunstancias que se guian ciegamente por el temor. El asesinato de una persona como metáfora del fin del mundo no fue casualidad en el expresionismo alemán y en el cine negro, ya que es a partir de tales alusiones donde encontramos una dolorosa duda hija de una época.
“El Gabinete del Doctor Caligari” de Robert Wiene es el mayor exponente de aquel cine expresionista que invitó a toda una generación de postguerra (que no estaba para tonterias), a reflejarse en el absurdo; siempre aludiendo a sombras, a arquitecturas imposibles, de pesadilla al fin y al cabo, que es la atmosfera que se respiraba en la Alemania superviviente de la primera guerra mundial.
Orson Welles recupera en su clásico del cine negro “La dama de Shanghai” aquella licencia que tan bien se le supo dar al cine, el acceso onírico que brota de lo injusto, el desconcierto, la huida hacia el absurdo ante el poco valor que se le da a la vida, y que atestigua, entre otras cosas, el miedo en el que vivía la sociedad estadounidense de los años ´40 a caer en una inminente guerra.
Y es en esta encrucijada, donde ya nadie sabe quien es quien, cuando estos cines de entre-guerras afilan el ojo hacia lo intangible, ya sea para decirnos con el peso en el rostro... la profundidad en la mirada... o, por qué no (y ya fuera de programa) con la levedad en los pies... que la metáfora habla de un tiempo, y que quizás, también, esté hablando de usted.