Barcelona, noches de verano

Autor: Sergio Anguas Fuente: Filmin

Mientras uno está viendo “La extranjera” no sabe si echarse a reír o a llorar. Miguel Ángel Blanca consigue un inquietante retrato de la Barcelona más sonrojante: turismo masificado, ocio vacío por un tubo y sol, mucho sol.

El director toma como punto de partida la noche barcelonesa. Y es que, suficientes plazas públicas de guarderías no sé, pero oferta nocturna en la capital catalana hay para rato (¡que se lo digan a Macaulay Culkin!). Las tapas o el solecito mediterráneo, son algunos de los reclamos para millones de turistas que deciden pasar año tras año por la capital catalana. Concretamente, más de 8 millones en el pasado 2015. Es decir, una cifra que supone cinco veces más su número habitantes. Con este panorama, afrontar la problemática turística, que ya es la cuarta preocupación de los barcelonoses, se ha convertido en uno de los principales retos parar el nuevo consistorio. Y el equipo de Ada Colau no tardó en reaccionar: una moratoria hotelera como primera medida para paliar esta situación. Hecho que le provocó recibir palos desde diversos frentes. En las pasadas elecciones municipales, Barcelona vivió un cambio en el que diferentes plataformas ciudadanas y partidos políticos convergieron y el Ayuntamiento de la Ciudad Condal cambió de manos. Para conocer un poco más acerca de este fenómeno, desde Filmin queremos recomendaros “Metamorphosis”, otro de los títulos del Atlántida Film Fest 2016. Así, Barcelona es capaz de aglutinar cambios políticos impulsados por su ciudadanía, pero también turismo masificado. Dos hechos contrapuestos en los que Mireia Mulló profundiza y ha denominado “las dos caras de Barcelona” en un esclarecedor artículo para El Mundo.

Pero volvamos a “La extranjera”. Selfis estúpidos, suvenires a cascoporro o estaciones de tren abarrotadas son algunas de las recurrentes imágenes que le sirven como hilo conductor. Los políticos de la capital tampoco escapan de la ironía y la mala leche de la que Blanca hace gala a lo largo del relato, que algo tiene de viaje voyerista. Y es que resulta paradójico que el tan poco elocuente, pero sincero y espontáneo, testimonio de un transeúnte sea más ilustrador acerca de la situación en la urbe que las intervenciones en tribuna de algunos representantes políticos.

Pero, leches, ahora no nos hagamos todos los exquisitos. Al inicio del texto hacía referencia a que no sabía si echarme a reír o a llorar mientras veía “La extranjera”. Lo confieso, quizá haya exagerado un poquito, pero algo de eso ha habido. Y por qué no, debo admitir que me he sentido culpable. Sí, yo también he participado de toda esa parafernalia artificial. ¿Y quién no? Quizá alguno de ustedes se pase los días sentado en una butaca contemplando sus bonsáis y meditando sobre cuestiones filosóficas de alto grado. En ese caso, por supuesto quedan exentos de todo esto. Pero quienes no, quizá debamos reflexionar y hacernos corresponsables de la situación en la que se encuentra Barcelona. Y, desde luego, “La extranjera” resulta una herramienta aceleradora y de visionado imprescindible para ello. Perdóname, Señor, porque yo también me he torrado en la playa.






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