"The Whaler Boy": Detroit, Michigan
El rostro enajenado del añorado Harry Dean Stanton deambulando por el desierto, y el riff de guitarra de Ry Cooder, ilustraban los primeros compases de "París, Texas", la obra magna de Wim Wenders. Una película que se refleja de manera más o menos consciente en "The Whaler Boy", debut detrás de la cámara del cineasta ruso Philipp Yuryev que fue premiado en las Jornadas de los Autores del Festival de Venecia. Si en el film de Wenders, el protagonista iniciaba la búsqueda sin rumbo de su esposa, en "The Whaler Boy" un joven sin medios sale dispuesto a cruzar el Estrecho de Bering para llegar a Detroit y conocer a una webcamer de la que se ha enamorado. Ambas son búsquedas románticas presuntamente condenadas al fracaso que irradian la luz más tenue de una masculinidad rota por el amor. De algún modo, el Travis Henderson de "París, Texas" y el Leshka de "The Whaler Boy" se pierden el respeto a sí mismos para alcanzar una arcadia imposible que, ni mucho menos, garantiza respuestas.

La película de Yuryev estavlece desde el primer momento un alto contraste entre el oscuro entorno en el que vive Leshka, un pequeño pueblo siberiano que vive de la caza de ballenas (y en el que cada noche se va la eelctricidad), y esa América de luz, color rosa y lencería fina que sólo es visible a través de esa ventanita que es la pantalla del ordenador del protagonista. La tragicómica obsesión de Leshka le llevará a enfrentarse a su mejor amigo y a responder a sus impulsos contra todo razonamiento lógico, iniciando un viaje que sabemos condenado a la nada, y en el que nuestro antihéroe tampoco emprenderá un viaje interior valioso. La de "The Whaler Boy" es sin duda la búsqueda más tonta del cine reciente, una que solo sirve para evidenciar el aislamiento emocional de esos jóvenes que viven en los lugares más recónditos del planeta y son salpicados por las manchitas de la globalización que les prometen universos fascinantes entre las fibras de Internet.