Crónica San Sebastián 2021: "Un segundo" Dos fotogramas de mi hija
Zhang Yimou inaugura la 69a edición del Festival de San Sebastián con una nueva "carta de amor al cine" (tópico más que manido, pero útil en este caso) ambientado en la Revolución Cultural China.
DE QUÉ VA:
Un preso de un campo de trabajo en la China de los años 60 logra huir de su departamento y pone rumbo a un pueblo en el que se va a proyectar una película. Al llegar, observa como una niña huérfana roba una de las latas que van a utilizarse durante la proyección. El hombre persigue a la joven pues al parecer ese rollo de celuloide es tan importante para él como para ella: en él figura un noticiario del regimen en el que aparece, durante un segundo, su hija, a la que hace años que no ve. Por su parte, la niña necesista unos 12 metros de celuloide para fabricar la mampara de una lámpara.
QUIÉN ESTÁ DETRÁS:
El director chino Zhang Yimou, uno de los pesos pesados de la industria cinematográfica china, con una amplia obra a sus espaldas que incluye relatos intimistas como "La semilla de crisantemo" y espectaculares wuxia como "La casa de las dagas voladoras". Yimou opta por primera vez a la Concha de Oro en un festival del que fue presidente del jurado en 1997.
QUÉ ES:
"Cinema Paradiso" en la Revolución Cultural China.
QUÉ OFRECE:
En una de las imágenes más bellas de "Un segundo", asistimos a la proyección de una película bélica de propaganda comunista junto a la entregada audiencia de un pueblo que vive la sesión como un verdadero acontecimiento. En un hermoso travelling, Yimou muestra que la platea está a rebosar de espectadores, pero tras la pantalla encontramos más público, viendo la película "al otro lado de las imágenes" y disfrutando de ella en una versión especular, volteada horizontalmente. Yimou reivindica de algún modo la naturaleza táctil y maleable del celuloide, materia prima que imprime fragmentos de vida y los inmortaliza en pequeños cuadrados en los que la imagen de una hija puede ser un tesoro casi tan valioso como la propia existencia de esa hija. Frente a un cine digital que transforma la vida en un abstracto código binario, el celuloide mantiene las huellas de una presencia y permite su manipulación artesanal. Una película puede verse frontalmente, o desde el otro lado del espejo; se puede cortar, pegar, limpiar y lo que es más importante: tocar.
En su celebración nostálgica de ese cine que ya no es, Yimou presenta la proyección en público (en crisis en el actual contexto de restricciones pandémicas y plataformas online) como un espectáculo social sin parangón. Alrededor de esa sala de cine, piedra angular del film, una niña y un hombre juegan al gato y al ratón, sustituyendo el pedazo de queso por una lata de celuloide que es el tesoro más preciado, el que permitiría a ella saldar una deuda, y a él ver fugazmente a esa hija de la que hace tiempo que no sabe nada.
Ese cine que puede verse del derecho y del revés, que prende sus imágenes y se manipula con poco respeto, ese cine con el que se hacen lámparas de celuloide y fiestas populares, contrasta con el desierto al que en ocasiones se condena a sus protagonistas, espacio baldío en el que no hay imágenes, reflejo de una China sin libertades en la que el cine es apenas el espejismo de una fiesta.
La lata robada es el macguffin que permite a Yimou construir una relación paterno-filial entre el preso fugado y la huérfana ladrona, ambos enfrentados de un modo naïve por ese objeto preciado. En ocasiones sus corredizas rozan el slapstick, como Bugs Bunny huyendo de la escopeta de Elmer, y es que a pesar del contexto trágico de un regimen sin libertades y con presos políticos, Yimou firma una película amable y de buen corazón. Una de esas que se observan con una sonrisa en los labios, mientras uno se reconcilia con ese cine festejado y vitoreado que ahora parece cada vez menos importante.