Crónica D’A 2020: “Violeta no coge el Ascensor” sueño de una noche de verano
Albergamos la premiere catalana en el D'A de "Violeta No Coge el Ascensor", el debut de la directora Mamen Díaz en colaboración con la actriz protagonista, Violeta Rodríguez. Una obra intrépida y sencilla enmarcada en el terreno del cine low-cost que nos invita a reflexionar sobre el propio acto de filmar lo cercano. Un apunte jocoso y necesario para la sección "Un Impulso Colectivo" que reescribe los códigos del remake contemporáneo.
¿De qué va?
La joven millenial Violeta, llena de talento y gracia, no sabe muy bien cómo emplearlos. Se pasa el verano en Madrid de becaria de una editorial, enchufada al ventilador con su compañera de piso, y esquivando el calor entre affaires que lejos de aclarar dudas las multiplican.
¿Quién está detrás?
"Violeta no coge el Ascensor" es el largometraje debut de la almeriense Mamen Díaz, realizadora que cuenta con una larga experiencia tras las cámaras en labores de producción. Ha trabajado en películas como “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, de David Trueba y series de televisión como “El Ministerio del Tiempo”.
¿Quién sale?
De entre el plantel de rostros desconocidos que se prestan a esta deliciosa barrabasada destaca el inconmensurable hallazgo de su actriz protagonista, Violeta Rodríguez, una intérprete dotada de una personalidad magnética y un talento admirable para transitar entre la emoción sintética y la improvisación espontánea.
¿Qué es?
Un Döppleganger patrio de “Hannah Takes the Stairs”, de Joe Swanberg con ecos a los últimos trabajos de Pablo Llorca.
¿Qué ofrece?
Durante la pasada década, profundamente marcada por la onda expansiva de la crisis económica -la cual parece una broma al lado de la que se nos viene encima-, la comedia en España ha sido empujada ha plantear caminos divergentes. Senderos que, al margen de los cánones comerciales del conglomerado humorístico español -perpetuamente subrogado a las grandes cadenas de televisión-, han ayudado a desenmarañar talentos que han terminado por erigirse como pilares inderrogables para copar las periferias del llamado “otro cine español”. En definitiva, se percibe una riqueza efervescente a la hora de explorar las distintas vías para abordar el vector humorístico. Asimismo, esta topografía conceptual dibuja un fresco en el que se trabajan etiquetas tan dispares como: poshumor, coming of age o autoficción. Improntas que referencian a gestos pertenecientes del contexto Low-Cost, que ante todo apela a una democratización total del audiovisual nacional.
El debut de Mamen Díaz, que bien podría encajarse como un producto resultante de estas corrientes orgullosamente marginales -y a la vez precarias-, nace de un verano ocioso que compartía junto al alma gemela de este proyecto, Violeta Rodríguez. Ambas acordaron que, para mitigar el peso de los días sería divertido probar suerte y filmar una minúscula película entre amigos inspirada por una de las obras fundacionales del mumblecore -el movimiento “indie” norteamericano, cuna de los hermanos Duplass o Greta Gerwig-, “Hannah Takes the Stairs”, de Joe Swanberg. Rom-Com con madera de himno generacional que relata los devenires amorosos de la becaria de una productora interpretada por una juvenil Gerwig. Tomando esta consigna como punto de partida, Díaz y Rodríguez rediseñan los esquemas del mumblecore trasladando la acción a un terreno que conocen al dedillo, las angostas y luminosas calles del barrio madrileño de Malasaña.
Lejos de un homenaje ramplón al uso, nos encontramos ante un grito al cielo en favor de una forma muy particular de comprender el dispositivo cinematográfico como un ente inseparable del día a día. Como si el acto de filmar fuera algo que queda en casa, entre amigos. Un cine arrancado del presente para apaciguar la modorra de un verano desocupado en una ciudad narcotizada por el incesante movimiento centrífugo del tráfico urbano. En ese sentido, quizás la secuencia más memorable y prosaica de la película, sea aquella en la que las dos protagonistas aprovechan el aire mecánico de un ventilador, secuencia solemne donde las haya que respira airada al refugio del hastío abrasivo.
Simultáneamente, “Violeta No Coge el Ascensor” propone una conversación sobre la insatisfacción generacional que atraviesan los “millenials”. Insatisfacción enraizada en la problemática amorosa del “amor fou” y el deseo fugaz, eje del triángulo amoroso en el que se ve inmersa su protagonista. Cabe decir que al igual que en el material de base, la química entre actores es condición si ne qua non para marcar el costumbrismo táctil al que se nos invita.
La experiencia resulta todavía más enriquecedora en lo que se refiere a la lectura de la adaptación posmoderna. Brilla la voluntad de medir distancias con su antecesora ya que en todo momento, Díaz desnuda el artificio pavimentado hacia una cierta invisibilidad rompiendo la cuarta pared. Ello fortalece la idea de una película que se erige por sí sola, desmelenada, dibujando un hermoso círculo entorno al individualismo de la tradición narrativa. La convivencia fuera y dentro de la pantalla hace acto de presencia de forma literal y aludida. Y es que, aunque mimetice esquemas narrativos, “Violeta No Coge el Ascensor” toma como máxima absoluta la lúcida cita de Jean-Luc Godard para alcanzar un cierto desmarque: “Una película supone a la vez el documento de su rodaje”. Una carta de presentación radiante y jovial trufada de hermosas cavilaciones sobre el éxtasis inherente del gesto fílmico.