Berlinale 2020: "Anunciaron Tormenta" El imperio en el que nunca se ponía el sol

Autor: Manel Domínguez Fuente: Filmin

Este lavado de cara de la Berlinale se ha saldado con la inclusión de algunas de las propuestas más radicales del cine patrio. Como no podría ser de otro modo, ha sido en la sección Forum en la que dos titanes del cine documental español han tenido la suerte de encontrarse. Mientras que el cineasta gallego Lois Patiño mira hacia la luna roja con “Lúa Vermelha”, el madrileño Javier Fernández Vázquez decide escarbar en los recovecos más escabrosos de nuestro vergonzoso pasado.

¿De qué va?

1904. Ësáasi Eweera, uno de los últimos reyes de la tribu Bubi en la isla de Bioko, en Guinea Ecuatorial, y una espina para los poderes coloniales españoles, murió en 1904 en extrañas circunstancias. Este caso sin resolver se ha reabierto más de un siglo después, empezando por la ascendencia de Eweera en el trono y llegando hasta las últimas consecuencias de su desaparición. Los documentos de archivo son la base de esta investigación, pero incluso así quedan algunas dudas sin resolver. Es un axioma que aquí se ha trasladado al mundo visual en forma de fotos históricas, voces en off y de una historia de investigación que es a la vez una acusación del colonialismo y un estudio sobre todo lo que representó.

¿Quién está detrás?

Es prácticamente inviable hablar de Javier Fernández Vázquez desligándolo de su proyecto anterior, el colectivo Los Hijos, el conjunto de cineastas estelar formado por Natalia Marín Sancho (“La Casa de Julio Iglesias"), Luis López Carrasco (“El Futuro”, “El Año del Descubrimiento”) y el propio Vázquez. Estos jóvenes documentalistas sacudieron la escena nacional con una serie de largometrajes y cortometrajes que a día de hoy se encuentran en lo más alto del panteón del documental experimental español. Obras tan influyentes y necesarias como “Los Materiales” (Premio Jean Vigo en el Festival Punto de Vista) o el divertídisimo experimento de reelectura del cine español “Ya viene, Aguanta, Riégeme, Máteme", elogiado por el crítico Santos Zunzunegui. Cambiando de tercio, Vázquez ha destacado en el campo académico, siendo conocido su papel como antropólogo e investigador de cultura visual. "Anunciaron Tormenta" es su primer largometraje en solitario.

¿Qué es?

Una suerte de relato detectivesco al más puro estilo Raymond Chandler filtrado por la mirada etnográfica y justa de Pedro Costa o Gillo Pontecorvo.


¿Qué ofrece?

Que sepamos, “Árboles” (Colectivo “Los Hijos”) supuso la primera toma de contacto del cineasta que nos ocupa con la Guinea Ecuatorial. En aquel filme entablaba un diálogo proactivo con lo místico, poniendo por delante la dignidad de un país cuya identidad ha sido pisoteada hasta la saciedad. Para su ópera prima, Javier Fernández Vázquez selecciona específicamente uno de los muchos actos de violencia colona para lanzar un alegato impepinable en contra de un país que, de nuevo, es incapaz de mirar al pasado. Una excelente crónica del colonialismo cuya terrorífica herencia paternalista sigue latente en los relatos orales de los guineanos.

Para tan árdua tarea, emplea un dispositivo formal que se presenta fascinante, dentro del cual soslaya, unos rítmicos fundidos a blanco que más que acercarnos a esclarecer los enigmas subyacentes de tan conflictiva empresa, nos distancian kilométricamente de ello. Un escabroso pilar de corte político por el que se sujeta esta historia.  De hecho, el hallazgo formal del film circula alrededor de esa dichosa idea de hacer cine político políticamente. Reescribir un relato cambiando de pluma (la cámara, por supuesto) para arrojar luz sobre unos eventos lúgubres, una paradoja aparentemente simple que se quedaría en la estacada si no fuera porque el documentalista pone toda la carne en el asador. Teniendo en cuenta la imposibilidad de acceder a una verdad absoluta (de ahí la insistente cadencia de los fundidos), Vázquez bifurca esta crónica como un juego de reelectura del mecanismo del plano contraplano (un gesto que volvería loco al Godard de “Nuestra Música”), con el colono recitando de espaldas al prisma de la verdad (de nuevo, la cámara) los “indiscutiblemente íntegros” párrafos de los informes redactados por los terratenientes de la Guardia Civil y misioneros que perpetraron (y posteriormente encubrieron) esta coyuntura. A su vez, el colonizado, se enfrentará de cara a a la cámara (en unas imágenes que destilan una belleza imponente) por vez primera.

Retomando este recreo dialéctico, Vázquez articula otro de naturaleza similar en los primeros compases de este deslumbrante documental. En este caso, entorno a la proyección del punto de fuga como un sendero luminoso que marca las huellas de una apresurada fuga hacia delante, filmando esas callejuelas de estanterías que pueblan los desangelados paisajes de un archivo de Alcalá de Henares. Es en dicho archivo, donde el cineasta se topará con documentos vinculados a la insólita muerte de un antiguo rey Bubi (tribu africana). Y sumergiéndose de lleno en un intricado proceso de investigación digno de las aventuras detectivescas imaginadas por Raymond Chandler o William Faulkner, pone sobre la mesa un análisis sobre los mecanismos de coacción que llevó a cabo el colonialismo español. Destaca el enorme decoro intrínseco que supone la voluntad de poner al desnudo un difunto secreto que descansaba cómodamente en el interior de las hajadas carpetas de un registro olvidado aunque a su vez permanezca vivo a gritos en la memoria familiar de los habitantes que habitan en las opacas selvas de la Guinea Ecuatorial.  

Por último, Vázquez dispone el artefacto cinematográfico al servicio de esqueletizar el grasiento cuerpo de un imperio caduco y lograr enfrentarlo, de este modo, a su propia vergüenza. A la postre, el avistamiento pretérito de una España capaz de cometer actos atroces termina de cristalizar hoy en día en una porción supremacista y esquiva del presente político que reclama ese lenguaje del que hace uso el corte de "Una Cruz en la Selva" que irrumpe en el film, vanagloriando la labor de los misioneros y añorando ese imperio en el que “nunca se ponía el sol”.


 

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