15 claves que quizás no conozcas sobre "Los siete samurais"

Fuente: Manel Carrasco

En diciembre de 1971, a los sesenta y un años de edad y con una carrera digna de ser enmarcada, Akira Kurosawa decide suicidarse. Visto así, con la perspectiva de los años, convendríamos todos que al director de "Rashomon" (1950), de "Trono de sangre" (1957) o de "Barbarroja" (1965) no debería toserle nadie, pero la realidad es muy diferente: Kurosawa ha sido (y se siente) cuestionado.

Es más, se cree hundido, acabado, derrotado del todo. Aún resuenan en su cabeza el fracaso comercial de "Dodes’ka-den" (1970), que no ha sido bien recibida en Japón, y la humillación de su experiencia en Hollywood. Al cineasta nipón le habían propuesto un proyecto que reventaría los medidores de saliva de Pavlov: una película sobre el ataque de Pearl Harbour rodada desde la perspectiva de ambos bandos. La japonesa la dirigiría él y la americana… David Lean. ¿Ustedes dirían que no? Pues él tampoco.



El problema es que Lean se baja del barco, los métodos de Kurosawa chocan con los de los americanos, y al final el proyecto se va al garete. La película, que se iba a llamar "¡Tora! ¡Tora! ¡Tora!" (1970) acaba por estrenarse, ya sin su participación y dirigida en parte por Richard Fleischer, pero se pega tal morrazo en taquilla que los productores se apresuran a culpar del desastre a la megalomanía del director de "Yojimbo" (1961), que ve su reputación seriamente perjudicada. Eso sí, nadie tiene a bien comentar que los americanos han utilizado partes de su guion sin tener la mínima decencia de acreditarle. Un trago amargo.

Por todo ello, en diciembre de 1971, a los sesenta y un años de edad y con méritos sobrados para estar en la cima, Akira Kurosawa ha decidido suicidarse. Agotado, coge una navaja de afeitar y se practica más de treinta cortes en las muñecas… pero sobrevive a sus heridas. Tras esta experiencia terrible retoma las riendas de su vida y vuelve por la puerta grande, dirigiendo películas como "Ran" (1985) o "Sueños" (1990). Más de treinta cortes. Puede que la rápida intervención de sus allegados y del hospital en el que lo atendieron tuviera algo que ver, pero el cuadro mejora si piensas que, quizás, los fabricantes de navajas de afeitar en Japón no tienen ni puñetera idea de afilar sus cuchillas. Visto así, por una vez en la vida los japoneses fabricarían algo que no funciona, contarían con un sector profesional negligente al que deberíamos agradecerle mucho. Si algo de esto se acerca a lo que ocurrió, bendito sea ese hatajo de inútiles.



La mente humana es intrigante, y un mal bicho de cuidado. ¿Cómo puede Akira Kurosawa dudar de su talento? La pregunta cobra fuerza tanto si repasamos en diagonal toda su filmografía como si nos detenemos en cada uno de sus títulos. Hoy vamos a fijarnos en uno de los más destacados, una superproducción de tres horas y media aclamada como la primera película de acción y aventuras modernas. Pero es más, es muchísimo más. "Los siete samuráis" (1954) no se acaba en una definición, por muy laudatoria que sea. Un poblado levantado de la nada, un rodaje que se eterniza, el eco de los ancestros de Akira Kurosawa, el mismísimo Godzilla asomando el hocico y lluvia, mucha lluvia. Agárrense, que esto es grande.

1. Una estirpe de honorables guerreros: Los antepasados de Akira Kurosawa son samuráis. Empezamos bien. Aunque sus figuras pertenecen a otros tiempos, el padre del cineasta no ha abandonado la tradición marcial y educa a su hijo de la misma manera, es decir, a toque de pito y corneta. Al pobre Kurosawa todo ese rollo no le acaba de volver loco, pero en sus días de joven director ya sueña con rodar películas de samuráis. Eso sí, las hará a su manera. Nada de ceñudos guerreros de alta cuna defendiendo a señores feudales. Sus héroes son pelagatos con oficio pero sin demasiado beneficio. A diferencia de lo que marca la narrativa convencional, los samuráis de Kurosawa quedan perfectamente asimilados a las clases humildes o, directamente, se trata de ronins, de guerreros deshonrados y sin amo.

2. El código de los kamikazes: En 1945, cuando el emperador japonés manda a su ministro a firmar la rendición, los americanos imponen un gobierno de ocupación que, entre otras cosas, asocia muy alegremente el bushido, el código de honor de los samuráis, con el comportamiento exaltado y nacionalista del pueblo de Japón, en general, y de los kamikazes que se habían lanzado contra los barcos aliados, en particular. Así pues, las películas de este género quedan terminantemente prohibidas. Kurosawa ve cómo "Los hombres que caminan sobre la cola del tigre" (1945) es censurada de cabo a rabo, y cómo su acariciado proyecto de "Los siete samuráis" se va de cabeza a un cajón. Tendrá que esperar hasta el fin de la ocupación, en 1952.



3. Sudar tinta (y sangre): Kurosawa quiere hacer una película sobre un día en la vida de un samurái que acabe al anochecer con el protagonista practicándose el harakiri. La condición es construir una narración que se base lo máximo posible en unos hechos probados históricamente. Para ello, el cineasta y sus coguionistas Hideo Oguni y Shinobu Hashimoto se lanzan a un proceso de documentación brutal, que les lleva tres meses de trabajo. Al final, derrotado, Hashimoto anuncia que el proyecto es inviable. Y Kurosawa, que no se arruga tan fácilmente, se agarra un buen cabreo. Menudencias a él. Si un proyecto con un samurái se ve imposible, él hará uno con siete. Dicho y hecho: el primer borrador, firmado por Hashimoto, tiene más de 500 páginas.



Director y coguionistas se ponen manos a la obra y durante 45 días se encierran a escribir una segunda versión sin estar para nadie: ni llamadas, ni casi visitas, ni un miserable pizzero con una de parmesano, rúcula y jamón speck. Nada, solo escribir, escribir y escribir. Como no podía ser de otra manera, la burrada les acaba pasando factura: los tres se ponen enfermos en uno u otro momento del proceso, y Kurosawa termina en el hospital con lombrices intestinales. Eso sí, el guion está acabado.

4. Los seis samuráis: En principio no eran siete, sino seis. La premisa que acaba dando forma a la película, un grupo de samuráis contratados por los habitantes de un pueblo para los protejan de unos bandidos, nace de un hecho real con el que los guionistas se topan durante la documentación. Cuando el proyecto inicial debe ser drásticamente modificado, esta anécdota cobra fuerza y Kurosawa se pega la machada de escribir un perfil completo para cada uno de los personajes que tienen al menos una línea de diálogo en los 207 minutos de metraje. Quiénes son, cuál es su pasado, cómo hablan, qué visten… Incluso dibuja un árbol genealógico de los 101 habitantes del poblado, para que los extras sepan cómo relacionarse entre ellos. Un trabajo de locos. En ese momento la película aún se llama Los seis samuráis, pero entonces los guionistas caen en la cuenta de que seis guerreros sosegados, valientes e impertérritos pueden ser un muermo de tomo y lomo. Necesitan a un chalado que complete el equipo. Así nace Kikuchiyo. Ahora ya son siete.



5. Toho bajo el terror del monstruo: Escribir el guion ha sido duro, pero el bamboleo no ha hecho más que empezar. De entrada, Kurosawa no es el cineasta más celebrado del país del sol naciente, básicamente porque en un Japón en el que aún supuran las heridas de la guerra (y menudas heridas) su estilo se percibe como demasiado occidental. Solo el éxito que ha supuesto "Vivir" (1952), su anterior trabajo, allana el camino de "Los siete samuráis". Pero la Toho no va a hipotecar hasta los palillos solo porque Akira Kurosawa quiera rodar una película de 207 minutos, y no es porque la productora sea de la Virgen del puño precisamente, sino porque ese mismo año ya tiene comprometido otro proyecto que va a encanecer abruptamente el pelo del contable de la empresa.

"Japón bajo el terror del monstruo" (1954) como se llamó aquí, o simplemente Godzilla, como la conoce todo el mundo, es la primera de una serie de películas de catástrofes dirigidas por Ishirô Honda, gran amigo del propio Kurosawa, quien, de hecho, manifestará en más de una ocasión que estaría encantado de dirigir una película con el simpático lagarto. Los ejecutivos de la productora saben que si dan el visto bueno a la película de samuráis de Kurosawa van a poner en riesgo la empresa. Y mira por dónde, lo hacen. Puede que no sepan hasta qué punto la cosa se les va a ir de las manos. De hecho, no lo saben. En cualquier caso, en un mismo año la productora estrena dos puntales del cine japonés tan alejados entre sí como lo pueden ser los samuráis y los lagartos gigantes. Una barbaridad. Ojo con la Toho (NOTA ACLARATORIA: a los que, como yo, lean la “h” de Toho como una “j”, mis más sinceras disculpas por el ripio).



6. Akira el constructor: Qué plató ni qué niño muerto, Kurosawa quiere realismo y realismo va a tener. Ante el creciente nerviosismo de los productores, el cineasta se niega a rodar en los Estudios de la Toho y prefiere irse al campo, que a fin de cuentas es más sano. Para ser más exactos, se lleva a su equipo a Tagata, en la península de Izu. A su entender, la calidad y el realismo del set influyen positivamente en las interpretaciones de los actores, así que lo mejor es levantar unos decorados naturales. Un pueblo. Entero. De la nada. Tal cual. Los ejecutivos de la empresa empiezan a morderse las uñas, pero probablemente templen el ánimo con el consuelo de que un dispendio de tal magnitud es el mayor capricho que se va a permitir el cineasta. Seguro que a partir de ahora los costes se volverán más razonables. Pobrecitos míos.

7. Días de pesca: Empieza el rodaje, empiezan los problemas. El ayudante de dirección ha previsto que todo el material se puede filmar en tres meses, una duración asequible para los estándares de la productora y, especialmente, para el presupuesto acordado. Pero Kurosawa dice que nones, que en tres meses no tiene ni para decidir el cátering. Más de un año entero se van a pasar, dividido en 148 días de rodaje. En la Toho saltan las alarmas, vuelan los cuchillos, se derraman lágrimas, hasta los bonsáis pierden su sempiterna calma. Esto va a ser un desastre y de los gordos. Los productores cancelan el rodaje hasta en dos ocasiones, al borde del colapso, porque además con el proyecto de Godzilla también a medio hacer las arcas se están vaciando a toda velocidad. ¿Y Kurosawa qué hace? Se va a pescar. Cada vez que le paran el trabajo y le dicen que la cosa no seguirá adelante, él coge la caña y se va a buscar truchas, o carpas, o siluros, o lo que demonios se pesque en Japón. Lo tiene clarísimo: con el material que ya llevan rodado no puede montar una película, pero al mismo tiempo la inversión que ha hecho la Toho ha sido tan brutal que si echan el cierre al proyecto no verán un yen de beneficios y el descalabro puede ser enorme. Y así, más o menos, se lo ha contado a los productores.

Por si fuera poco, como que es más listo que el hambre, ha procurado programar el rodaje de algunas escenas claves para el final, con lo cual, sin ese material, realmente la película no se puede acabar. Y los productores claudican. La escena de la batalla final está programada para el verano, pero con las demoras se acaba rodando en febrero. Toshiro Mifune recordará esas jornadas como las más frías de su vida, y eso que ha estado con el ejército en la II Guerra Mundial. Por cierto, dichas escenas también suponen parones en el rodaje porque de vez en cuando se quedan sin suficientes caballos… Cuando la producción se termina, el presupuesto inicial se ha multiplicado por cuatro. Será la película más cara de la historia de la productora. Una locura.



8. Múltiples cámaras: Por si los ánimos no estuviesen ya suficientemente caldeados, Kurosawa ha decidido rodar con varias cámaras. Este procedimiento le permite rodar planos más largos, sin interrupciones, con suficiente material como para poder montar la escena desde diferentes puntos de vista. De esta manera, algunas escenas particularmente costosas (como el incendio del molino) se pueden rodar prácticamente de un tirón, sin necesidad de muchas repeticiones. Las escenas de batallas se ven particularmente beneficiadas por este procedimiento, poco habitual en aquellos tiempos. Incluso las interpretaciones de los actores ganan en matices, porque les permiten moverse por el set y hacer su trabajo sin tener que preocuparse de la exacta posición de una cámara. El único problema es que las justificaciones de Kurosawa sobre el presupuesto, apelando a que es la mejor manera de reducir costes, se ven cuestionadas por el hecho de que tres cámaras implican tres equipos, tres costosos aparatos y, por supuesto, tres veces más película.

9. Siete actores: Minoru Chiaki interpreta a Heihachi, Daisuke Kato a Shichiroji, Seiji Miyaguchi se pone en la piel de Kyuzu, Yoshio Inaba encarna a Gorobei, Isao Kimura es Katsushiro y, por supuesto, no podemos imaginar a Kikuchiyo y a Kanbei sin que nos vengan a la cabeza los rostros de Toshiro Mifune y Takashi Shimura. El trabajo de documentación es tan concienzudo que todos los caracteres salvo el de Kikuchiyo se basan en personajes que existieron realmente. En su caso, al no tener una base histórica, por una vez en su vida Kurosawa da libertad de improvisación a Mifune, que estudia el comportamiento de los leones en su hábitat natural para su papel. Siete actores para siete samuráis. Todos ellos, por cierto, presencias habituales del cine de Akira Kurosawa, a quien le gusta rodearse del mismo equipo, técnico y artístico, en sus diferentes producciones. ¿Todos? No, Yoshio Inaba se lleva a matar con el director durante el rodaje, quien lo convierte en el blanco de su ira y de sus broncas. De hecho, aunque más tarde tendrá un papel en "Trono de sangre" (1957), el estrés que la situación provoca en Inaba hace que mida con escuadra y cartabón sus trabajos en el cine, hasta el punto de ser, en comparación con sus compañeros, un actor poco prolífico.



Sin embargo, la fama de tenno (tirano en japonés) que arrastra Kurosawa no es cierta. Por mucho que se enrede en proyectos desorbitados y que se pelee por preservar la integridad de sus películas la mayor parte de los que trabajan con él repiten encantados e incluso lo describen como alguien educado y sensible. La fama de intratable, fomentada en parte tras su posterior desencuentro con Hollywood, tiene algo de mentira. Lo que sí es cierto es que su tozudez a la hora de lograr la mayor verosimilitud en sus trabajos lo lleva a exigir a sus actores en "Los siete samuráis" que se vistan y se paseen con la ropa de sus personajes (un poco pasada de moda) para acostumbrarse a ella y para que ésta se vea usada y no recién salida de la tintorería. Lo que no logra es que Seiji Miyaguchi aprenda a usar una espada en tiempo récord, por lo que se las ingenia para que todas sus carencias queden bien disimuladas en la sala de montaje.

10. La que está cayendo: Mucho ver campo, mucho ver campo, y luego todo es quejarse. El poblado se construye en una montaña considerablemente aislada del mundanal ruido, y pese a los intentos de la Toho de que recuperen el sentido común y vuelvan a rodar a Tokyo, el equipo de ahí no se mueve. Los días van pasando entre un clima de lo más variable: de la llovizna al chaparrón, del chaparrón a la tormenta y de la tormenta al pedrizo. Y vuelta a empezar. El clima es tan condenadamente húmedo que el equipo calza botas de goma y se enfanga hasta las trancas por grandes extensiones de lodazales. Eso sí, el día que hay que rodar la batalla final, que se desarrolla bajo la lluvia, es necesario proveerse de camiones cisterna, para garantizar un flujo de agua uniforme que no genere problemas de continuidad. Para esta secuencia en particular el ayudante de dirección ha presupuestado tres camiones, pero Kurosawa se niega: tienen que ser seis. Y, ante la desesperación de la productora, serán seis.

11. Toshiro Mifune: El rostro de Kurosawa en el cine es Toshiro Mifune. Nacido en China de padres japoneses en 1920, el joven Mifune cumple el servicio militar durante la II Guerra Mundial, donde destaca por sus dotes en el campo de la fotografía. Curiosamente, sus primeras colaboraciones con la Toho no son como actor, sino como ayudante de cámara, hasta que un conocido manda su retrato a un cásting y es seleccionado para entrar en la cartera de intérpretes de la productora. Es en esa época cuando conoce a Akira Kurosawa y nace una amistad que se prolongará durante 20 años. La simbiosis profesional entre actor y director revela una conexión tan rara como valiosa, que se extiende en el espacio que va desde "El ángel ebrio" (1948), su primera colaboración, hasta "Barbarroja" (1965), la película que marca el fin de una era. Luego Toshiro Mifune viaja a Hollywood, trabaja en cine y televisión, actúa para Steven Spielberg en "1941" (1979), es nominado a un Emmy por "Shogun" (1980) e incluso (aunque antes de su divorcio de Kurosawa) interpreta a un improbable mexicano en "Ánimas Trujano" (1962). Pero siempre, hasta su muerte en 1997, Toshiro Mifune no se cansa de repetir todo lo que le debe, profesional y personalmente, a Akira Kurosawa.



12. Takashi Shimura: Curiosamente, tendemos a considerar que Toshiro Mifune es el gran actor fetiche de Akira Kurosawa, pero en el mejor de los casos no es el único. Takashi Shimura, nacido en 1905, desciende de una larga tradición de samuráis. Sus primeros pasos en el mundo del cine los da de la mano de Mansaku Itami y Kenji Mizoguchi, pero es su temprana asociación con Kurosawa la que le va a reportar más notoriedad. Shimura ya aparece en la primera película del director, "La leyenda del gran judo" (1943), y su colaboración con él, en papeles de reparto o en protagónicos, llega hasta "Kagemusha, la sombra del guerrero"(1980), en la que Kurosawa le brinda un papel escrito expresamente para el actor. Es su última película juntos, dos años antes de la muerte de Shimura en 1982. Además de todo el ciclo con Kurosawa, este actor de rostro expresivo y versátil, que ya parece mayor en 1943, adquiere también fama con su participación en las dos primeras películas de Godzilla.

13. ¿Doscientos siete qué?: Minutos. Doscientos siete minutos, que hacen de "Los siete samuráis" la película más larga de Akira Kurosawa. Que se dice pronto, porque el cineasta tiene un puñado de títulos que se mueven entre las dos y las tres horas de duración. El film se estrena en Japón en dos versiones, una íntegra que se distribuye en las grandes ciudades, y otra un poco recortada para las salas de provincias. Pero donde los productores se ceban es en su distribución internacional: la película llega a todo el mundo, sí, pero en versiones considerablemente mutiladas que desequilibran los espacios de acción y de reflexión que se alternan en el relato, ante el temor de que sus casi cuatro horas desmoralicen a los espectadores. Así, franceses, ingleses o australianos se pierden escenas que habrían ayudado a comprender la relación entre los campesinos y los samuráis o la complejidad del personaje de Kikuchiyo. En Estados Unidos, por ejemplo, el tajo es de cincuenta minutos. Y en Francia, de hecho, la crítica es un poco tibia con "Los siete samuráis" porque lo que ve es una versión descompensada, despojada de algunos de los elementos característicos del cine de Kurosawa.

14. El triunfo de los samuráis: Antes de su estreno, la película es seleccionada por la Mostra de Venecia, donde gana el león de plata junto a "La ley del silencio" (1954), "El intendente Sansho" (1954) y "La Strada" (1954), menudo añito el de aquella edición. Es un buen augurio, pero en la Toho saben que con una estatuilla de un bicho alado no van a rehacerse del agujero económico que les ha provocado la película, y que no los ha llevado a la bancarrota por un pelo. Por una vez, pueden estar tranquilos: su estreno es un auténtico bombazo. En Japón arrastra tanta gente a las salas que se convierte en la película más taquillera del cine japonés durante casi treinta años, con más de cien millones de yenes, hasta la llegada de "Kagemusha, la sombra del guerrero", también de Kurosawa. Fuera de sus fronteras, "Los siete samuráis" es el primer gran éxito de la cinematografía nipona, un verdadero fenómeno que da la vuelta al mundo. Por su condición de película recortada se reestrena varias veces en los años 80, esta vez en su versión integral, manteniendo un envidiable estado de salud en la taquilla. El trabajo de Kurosawa se cuela en los BAFTA, que alaban la interpretación de Mifune y de Shimura, y en los Oscar, donde logra nominaciones en categorías técnicas, un hecho poco corriente en aquellos tiempos tratándose de una película extranjera. Toho logra sacar beneficios de la película, y ya nadie piensa más en el pueblo reconstruido, en la maldita lluvia ni en los condenados caballos.





15. La sombra de Kurosawa: A estas alturas ya a nadie le sorprende, pero en 1954 que un cineasta japonés pudiera ejercer algún tipo de influencia sobre las modas y los estilemas del cine norteamericano tenía su aquél. "Los siete samuráis" conoce de entrada un remake en clave de western: "Los siete magníficos" (1960), y Kurosawa, halagado, regala una katana a su director, John Sturges. No será la única adaptación de un texto del cineasta japonés, pero sí es una de las más influyentes. Su tratamiento de las escenas de acción y su uso de la cámara lenta son copiados y jaleados hasta la saciedad por Hollywood. Sam Peckinpah afirma que sin la multicámara y el trabajo con las lentes de "Los siete samuráis" su banda de perdedores de "Grupo salvaje" (1969) no hubiera podido existir. George Lucas, Martin Scorsese y Steven Spielberg son incondicionales del cine de Kurosawa y de esta película en particular. Hasta Pixar utiliza la premisa del grupo de valientes que debe defender un poblado para escribir "Bichos" (2002). Uno tras otro, todos aquellos cineastas que se acercan la filmografía de Akira Kurosawa caen bajo el influjo de uno de los directores más potentes de la cinematografía mundial. Un coloso que, veinte años más tarde, se sentirá un fracasado, intentará acabar con todo, pero volverá justo a tiempo de producir más obras maestras que lo coloquen en el pedestal que le corresponde.



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