La película tiene siete años, pero podría estar rodada ayer. Las señas estilísticas del gran Ermann Olmi quedan patentes, cámara silenciosa, importancia de las miradas y un humanismo que siempre trasciende la cámara. Sobresaliente Michael Londsdale como sacerdote crepuscular lleno de dudas, muy Unamuniano (una curiosidad, un año antes había estado magistral como monje cisterciense en la hermosa "De dioses y hombres"). Me gusta cuando dice algo así como por qué nos pone Dios este fuego dentro, y luego nos castiga por él.
La película está sembrada de metáforas, ese ojo de Dios reflejado en la vidriera con goteras que lo controla todo (impagable la escena en la que el grupo de inmigrantes salvan la gotera con el baptisterio), o la chica con el recién nacido. Sin duda da pie a la reflexión sosegada, al debate sobre la fraternidad del ser humano, en ese sentido puede funcionar muy bien como parábola de los tiempos en los que vivimos, con ese final, que no desvelo, claro.