Flores en el infierno. La edad de oro del cine coreano

Autor: Francesc Talavera

Flores en el infierno. La edad de oro del cine coreano

Éste es el título de la retrospectiva que en 2021 la 69ª edición del SSIFF, el Festival de Cine de San Sebastián, ha dedicado al cine clásico de Corea del Sur. En la edición de 2020, la pandemia obligó a reducir el número de sesiones programadas durante el evento, y ante esa inusual situación la sección retrospectiva fue sacrificada. Tendría que haber sido un ciclo sobre la edad de oro del cine coreano, una cinematografía revalorizada a nivel popular tras el triunfo de “Parásitos” en los Oscar de ese año. En 2021 se ha recuperado la misma temática prevista para la pasada edición, aunque el número de películas que integraban la selección inicialmente prevista se ha visto reducido a únicamente diez títulos. Se trata de diez obras representativas de una época muy concreta del cine surcoreano, abarcando un periodo de diez años, desde 1958 hasta 1967. Son un conjunto de películas producidas durante la posguerra que reflejan distintas actitudes ante las duras circunstancias socioeconómicas a las que se vio sometida la nación. Así, mientras unas de ellas reflejaban de forma descarnada esa miserable precariedad, otras optaron por construir un espejismo de modernidad y desarrollo mediante historias supeditadas a códigos de género concretos.

Pero antes de seguir, tal vez sea conveniente repasar brevemente las circunstancias que llevaron Corea a semejante estado de depresión socioeconómica. Tras la Segunda Guerra Mundial, la península coreana, anexionada al derrotado Imperio Japonés, fue dividida en dos mitades; la parte del norte quedó a cargo de la Unión Soviética y la del sur a cargo de los Estados Unidos. A partir de entonces, varios intentos de reunificación llevaron al gobierno comunista del norte a invadir el estado capitalista del sur en 1950. Los norteamericanos acudieron en ayuda de estos para frenar la invasión y los chinos y los soviéticos apoyaron militarmente a los norcoreanos. El conflicto armado se prolongó hasta 1953, año en que se firmó un armisticio para restablecer la frontera entre ambas naciones. Este tosco resumen a modo de “La guerra de Corea para dummies” no da cuenta de las terribles consecuencias del conflicto armado para los habitantes de la península, sometidos a tres largos y sangrientos años de ataques que causaron más de tres millones de muertos y un empobrecimiento devastador de la economía de ambos países.

Esas son las circunstancias del universo que refleja la primera película de la selección en orden cronológico. Se trata de “Una flor en el infierno”, que ha dado título tanto al ciclo como al libro temático que lo acompaña. Fue dirigida, junto a “Romantic Papa”, también presente en la lista de títulos, por Sang-ok Shin, un prolífico realizador y productor capaz de rodar hasta ocho películas al año. Shin protagonizó posteriormente una rocambolesca historia cuando fue secuestrado junto a su exesposa, la actriz Eun-hie Choi, por las fuerzas de Corea del Norte en 1978. Forzados a hacer películas de carácter propagandístico para Jong-il Kim, hijo del entonces líder Il-sung Kim, consiguieron escaparse en 1986 pidiendo asilo en la embajada de los Estados Unidos durante un viaje que las autoridades les permitieron hacer a Viena bajo el pretexto de poder promocionar sus películas y situar así a Corea del Norte en el panorama cinematográfico internacional. Una historia que encuentra paralelismos, dicho sea de paso, con una subtrama de la novela “Consumidos”, escrita por el también cineasta David Cronenberg.

Una flor en el infierno” cuenta la historia de un joven campesino que viaja a Seúl para encontrar a su hermano mayor desaparecido y llevarlo de vuelta a casa. Pronto descubre que ahora forma parte de un grupo de delincuentes que operan en un campamento militar norteamericano ofreciendo un servicio de prostitución para los soldados a la vez que les roban cargamentos de mercancías para venderlas en el mercado negro. Mientras la banda prepara un gran asalto ferroviario, una de las chicas, que mantiene una relación con el hermano del muchacho, intenta también seducirlo a él.

Se trata de un drama con toques de thriller y de acción, influenciado tanto por el movimiento neorrealista europeo como por el cine negro norteamericano. Del primero extrae la descripción de una realidad social patente, usando exteriores naturales y planos casi documentales que muestran los personajes moviéndose por las calles, con una cámara titilante que les confiere ese aspecto de imágenes captadas casi de forma fortuita. Del segundo emula las persecuciones climáticas en vehículos variopintos, los tiroteos entre policías y ladrones y la figura de la femme fatale, añadiendo en la mezcla el melodrama familiar. La historia defiende la idea de una Corea rural inocente y utópica, tal vez más humilde pero también más simple y feliz que la vida de miseria y delincuencia vinculada a una ciudad corrompida y corruptora por la fuerte presencia militar norteamericana. La vileza de la ciudad y la inocencia del muchacho quedan ambas demostradas en la primera secuencia de la película, y su pureza, contaminada poco a poco a medida que avanza la trama, despierta en los otros personajes el deseo de dejar atrás su vida depravada para intentar recuperar su virtud empezando una nueva etapa lejos de las influencias dañinas de la capital.

La criada” es uno de los clásicos más célebres de la cinematografía surcoreana. En él, un profesor de música que da clase a un grupo de trabajadoras de una fábrica textil se ha esforzado mucho junto a su mujer costurera para poder ampliar su casa, en la que viven también su pareja de hijos. Para ocuparse de tanto espacio nuevo, se dan cuenta de que necesitan una criada. Una de las alumnas, a quien el profesor también da clases particulares de piano, le presenta a una compañera dispuesta a cubrir el puesto. El profesor la contrata sin sospechar que se trata de una mujer inestable que aprovecha la ausencia de su mujer para seducirle y que se vuelve más posesiva y violenta tras quedarse embarazada de él.

Con “La criada”, el cineasta autodidacta Ki-young Kim construyó un thriller psicológico con toques de terror progresivamente asfixiante y cruel, con un trabajo de cámara exquisito en la ejecución de sus movimientos y en la planificación de las secuencias. En el corazón de su historia habita la inequidad en la distribución de privilegios provocada por la diferencia de clases y la fragilidad extrema de un entorno que ha sido construido con un esfuerzo y sacrificio colosales. Sólo hace falta ver la esposa cosiendo permanentemente en la máquina hasta caer reventada de cansancio y dolor muscular para conseguir el dinero necesario que requiere su ambición. El espacio físico de la casa forma parte de la simbología de la película, con el repetido protagonismo de esa escalera donde se concentran las tragedias y cuyo paso hacia la ampliación del inmueble con una segunda planta simboliza el camino hacia un estatus social superior. Esa escalera también es testigo de una secuencia donde la criada sube un vaso de agua presuntamente envenenada con matarratas que recuerda mucho al célebre vaso de leche que el personaje de Cary Grant lleva a su esposa en “Sospecha”, de Alfred Hitchcock. A lo largo de todo este ciclo de películas, resulta divertido ir identificando distintos homenajes e influencias que van emergiendo en estas obras y que proceden de títulos de referencia del cine europeo y norteamericano.

Así como “La criada” termina con un personaje dirigiéndose directamente a la audiencia, “Papá romántico” empieza exactamente del mismo modo. En este caso no es para lanzar una desenfadada y algo trasnochada advertencia a los hombres maduros sobre los peligros de desear a las mujeres jóvenes, sino para que todos los personajes principales se presenten a sí mismos. El tono cómico familiar se establece así desde el principio para relatar de forma coral la historia de un patriarca de mediana edad con esposa y cinco hijos. La hija mayor ha terminado sus estudios universitarios y se ha casado, y los otros cuatro aún están en la etapa de formación educativa. Aunque el hijo mayor miente a sus padres, simulando estar matriculado en la universidad cuando en realidad trabaja en unos estudios cinematográficos con la aspiración de llegar a dirigir películas. Cuando el patriarca es despedido del trabajo que hacía en una compañía de seguros, su orgullo le impide comunicárselo a la familia. Al descubrir finalmente su situación, los cinco hijos se plantean cómo resolver la carencia de su sueldo.

Se trata de una comedia coral más bien ligera, confeccionada a base de viñetas cotidianas de los distintos personajes que la habitan, sin un cuerpo dramático excesivamente poderoso pese a su generosa duración superior a las dos horas. Presenta con amabilidad a un padre benevolente que simboliza la aspiración nacional de conseguir una sociedad modernizada donde una familia de clase media sea capaz de superar la fractura generacional apiñándose para hacer frente a las dificultades. Ese tratamiento del modelo familiar hizo que la película cosechara un gran éxito entre el público de la época.

Seung-ho Kim, el mismo actor que encarna el personaje que da título a “Papá romántico”, protagoniza también “El cochero”. En ella, un humilde viudo con cuatro hijos se gana la vida por las calles de Seúl con un carruaje tirado por un caballo que le presta su empleador. Éste le amenaza con vender el animal si no consigue sacarle rendimiento, ya que la proliferación de vehículos automóviles está perjudicando gravemente el negocio. Por su parte, el hijo mayor ha suspendido tres veces el examen para poder ejercer de abogado, el menor es un ladronzuelo, la hermana mayor es una joven muda casada con un maltratador y la menor tiene aspiraciones de subir peldaños en la escala social. La ayuda que proporciona al cochero una mujer que vive en casa del propietario del caballo hace aflorar un afecto mutuo, pero un cúmulo de desgracias amenazan dejarlo definitivamente sin empleo.

Dirigida por Dae-jin Kang, “El cochero” es un melodrama familiar con toques de comedia que orbita alrededor de los conflictos que emergen por la diferencia de clases sociales y que ofrece la visión de un mundo en transformación donde conviven dos versiones distintas de Corea: la antigua, que es necesario dejar atrás, y la moderna, a la que se aspira. Así, el carruaje que maneja el protagonista convive con los vehículos modernos por las calles de Seúl, y su hija menor personifica esa aspiración a alcanzar esa modernidad mientras aprende a andar con zapatos de tacón. El angustiante retrato de la precaria situación de su protagonista encuentra su contrapartida en la ternura con la que Kang inunda su relato, usando para ello una planificación muy clásica y elegante en la que predominan los planos de conjunto de dos personajes para dar suma importancia a las relaciones interpersonales.

En “Bala perdida”, un grupo de soldados que han abandonado el ejército tras ser heridos en la guerra de Corea vuelven a Seúl para encontrarse con un precario panorama laboral en el que pueden sobrevivir a duras penas. Uno de ellos es hermano de un contable que tiene también que proveer a su mujer embarazada, a su hermana pequeña que ejerce la prostitución con los soldados norteamericanos y a su madre postrada en cama, afectada de un síndrome de estrés postraumático provocado por la guerra. El hermano se reencuentra con una enfermera que le atendió las heridas durante la guerra y que es vecina de un poeta alcohólico que la acosa.

Con “Bala perdida”, el director Hyun-mok Yoo construye, con un gran cuidado estético en la composición de los encuadres y una gran riqueza sonora, un drama coral áspero que efectúa un leve viraje hacia el thriller en un momento puntual bien avanzada la trama. Su vocación autorreflexiva se establece ya en los créditos iniciales, acompañados de la estatua del pensador, y se extiende por todo el metraje con su hosco realismo social heredado de los cánones neorrealistas. El sentimiento de amargura y de desorientación contamina esta crónica de la precariedad de la salud no sólo económica, sino también mental, como ejemplifican el personaje de la madre, postrada en la cama con su delirante repetición de la idea de marcharse, y la conducta errática e inestable del vecino poeta de la enfermera, a lo que podríamos añadir también ciertas decisiones de los protagonistas. Como ocurre en “Los mejores años de nuestras vidas”, de William Wyler, los protagonistas tienen serios problemas de readaptación a una sociedad que ya no es la misma que dejaron atrás. Los zapatos destrozados, la imposibilidad económica de ir al dentista y el ahorro desesperado para un hijo en camino dejan testimonio de la pobreza que sufren muchos de los habitantes de la capital, dentro de un panorama opresivo y desesperanzado que no abre ninguna rendija de esperanza de felicidad en un futuro cercano. Esta visión tan sombría y desalentadora de la vida en la Corea de la posguerra le valió a la película de buenas a primeras la prohibición del gobierno para ser exhibida en el país, a la vez que fue votada repetidamente en varios círculos como la mejor película coreana jamás hecha.

Adiós al río Duman” es la primera película que dirigió el prestigioso Kwon-taek Im, muy prolífico en su juventud y de quien se estrenó en nuestras pantallas “Ebrio de mujeres y pintura” en 2005, tres años después de su producción. Para contextualizar un poco su argumento, que se desarrolla a finales de los años 1920, recurriremos a otra pequeña píldora histórica excesivamente simplificada.

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, a causa de su escasez de recursos naturales propios, el Imperio Japonés requería de colonias para proveerse de materias primas, motivo que avivó su política expansionista. Corea fue uno de los territorios que se anexionó como asentamiento agrícola en 1910. La ocupación japonesa avivó los sentimientos nacionalistas coreanos y en 1919 un grupo de estudiantes se reunió en un parque de Seúl para proclamar la independencia, provocando una violenta represión por parte de las fuerzas japonesas y el inicio de un movimiento de liberación popular como respuesta. Los líderes independentistas coreanos huyeron a China, estableciendo un gobierno provisional en Shanghái y organizando en Manchuria una lucha armada contra los ocupantes japoneses.

Bajo estas circunstancias, el universitario protagonista de “Adiós al río Duman” se une a un grupo de guerrilleros que tiene por objetivo aglutinar las fuerzas de la resistencia esparcidas por las montañas para cruzar el río Duman del título. Dicho río, situado en el nordeste asiático, dibuja una frontera natural entre Corea y la región china de Manchuria, destino donde los protagonistas ansían llegar para constituir un frente armado y luchar por la independencia de su país. En el imaginario colectivo de estos personajes, Manchuria representa un ideal patriótico, una tierra prometida que es a la vez refugio y trinchera contra los invasores coloniales japoneses.

El papel de las mujeres es muy central en la historia de estos guerrilleros. Por un lado, está la traición que el protagonista cree que ha cometido su amante, que tenía en su poder fotografías de algunos de sus compañeros gracias a las cuales fueron identificados por la policía militar japonesa. Por otro lado está su madre, que también se encarga de llevar el peso del secreto de la doble vida del muchacho y que acaba siendo castigada en su lugar. También está la joven campesina que cura sus heridas y que, pese a haberse encaprichado de él, lo ayuda a volver con su amante. Y por último hay también la dama que se relaciona con el enemigo para sonsacarle información y recursos, ayudando así a la causa rebelde. Todas cuatro se alzan como figuras heroicas femeninas de una gran estoicidad en una lucha desigual donde los colaboradores que informan a la policía japonesa a cambio de riquezas se encuentran en todos los rincones de la región.

Aunque una cierta ausencia de paisajes sonoros provoque silencios frecuentes, frenando un poco su sensación de ritmo, y a pesar de que se trate de una de las películas más estropeadas del ciclo, con algunos fragmentos ausentes y cierta precariedad en su imagen y sonido, su importancia histórica y la espectacularidad de algunas de sus secuencias, como el enfrentamiento final en medio de los parajes nevados, la convierte en una de las películas más imprescindibles de esta selección, ya que además inauguró un género propio conocido con la etiqueta de “western manchú” que se inspira en las películas del Oeste norteamericanas e italianas y que Corea ha seguido cultivando hasta nuestros días.

El rol femenino es también clave en “Una mujer juez”. Su protagonista decide ejercer este oficio a pesar de que su futuro marido, médico de profesión, sea reacio a que su esposa trabaje fuera de casa en vez de ocuparse del hogar, y menos aún en un cargo de prestigio ante el que se siente inferior. Este hecho provoca hacia ella la animadversión tanto de la madrastra como de la hermana de su marido. La aparición de un hijo secreto de la suegra con problemas económicos precipita una tragedia familiar cuando la abuela muere envenenada y la suegra es acusada de su asesinato.

Su realizadora, Eun-won Hong, fue una de las primeras mujeres coreanas en situarse detrás de una cámara para dirigir una película. “Una mujer juez” fue su debut, y aprovechó este drama que se adentra en los terrenos de la intriga judicial para reivindicar el rol femenino en el ámbito laboral, combatiendo así la visión tradicional conservadora que asigna a la esposa el rol de ama de casa. Cuenta con curiosos detalles de realización, como esos flashbacks que relatan el momento del envenenamiento usando unos movimientos angulados de cámara que simulan mareos en plano subjetivo.

En “Pelo negro”, la esposa de un jefe mafioso que ha sido violada es castigada como adúltera, muy a pesar de su marido, para cumplir con las leyes de la banda que él mismo había impuesto. Con el rostro marcado por ellos y sin más remedio que convivir con el explotador adicto al opio que la delató, se ve forzada a prostituirse mientras su marido es carcomido por la culpa y su posición como líder queda en entredicho. Cuando ella intenta ir a verle, la banda decide impedirlo y asesinarla lanzándola contra un metro, pero un taxista cliente suyo que la ha seguido hasta ahí la rescata, matando accidentalmente a uno de los criminales y convirtiéndose así también en objetivo.

La película de Man-hui Lee, futuro esposo de la actriz protagonista Jeong-suk Moon, ofrece una muestra de cine negro gansteril, con incluso la presencia de un verdugo físicamente envilecido con cicatrices en el rostro y un ojo ciego, que construye un opresivo retrato de los bajos fondos. Lo hace centrándose en la figura trágica de su protagonista, a la que examina durante el permanente trato de cosificación que recibe por parte de los hombres, en especial cuando descubren en su rostro las cicatrices que ella intenta ocultar cuidadosamente con su pelo. Lee dedica mucha atención a los detalles asociados a la práctica de la profesión del personaje, centrándose en su modo de captar clientes, conseguir habitaciones y manejar el dinero. Tampoco ahorra en imágenes llenas de contenido simbólico, como las escaleras que los personajes suben y bajan de forma habitual, entrando y saliendo de los infiernos, o el triple espejo donde se refleja la protagonista, representación de las tres visiones que de ella tienen su marido, el taxista y el criminal con quien convive. Además, en su mayor parte, la acción de la película transcurre de noche, con una fotografía oscura y opresiva que sólo deja paso a la luz diurna por primera vez después de que la protagonista haya pasado la noche con el taxista. Este premonitorio destello de esperanza se repite durante la alegre fiesta de universitarios donde también se encuentra la hermana del taxista y que es el retrato de una juventud inocente que aún no ha caído en las fauces de la corrupción. Nuevamente la luz resplandece más adelante, durante el reencuentro de la protagonista con su marido, un jefe mafioso con consciencia que no ha dejado nunca de quererla.

Las bandas de malhechores también forman parte de “Juventud descalza”, en la que un joven pandillero impide que unos delincuentes roben el bolso a la hija de un embajador. La disparidad de sus mundos hace que se sientan atraídos y la chica, dispuesta a conseguir que el joven cambie su estilo de vida, pide a su madre que le consiga un empleo. Pero ella no acepta la relación de su hija y conspira para intentar ponerle fin.

A pesar de compartir el mismo nombre, su director no es el mismo Ki-duk Kim que falleció por complicaciones de la COVID-19 en 2020 y que gozó de numerosos y celebrados estrenos en nuestras pantallas, como “La isla”, “Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera” o “Hierro 3”. Se trata de otro realizador, sin relación de parentesco alguno, que despuntó como uno de los jóvenes talentos de la ola de cine coreano de los años 1960. Su “Juventud descalza” es una comedia romántica juvenil con toques melodramáticos que se alimenta de una peculiar banda sonora musical de estilo lounge. Poco a poco se contamina de una tonalidad más melancólica, a medida que la pareja protagonista adquiere conciencia de las dificultades de su romance por las diferencias en su educación, su clase social, los ambientes por donde se mueven y la presión contraria de su entorno. Versión apócrifa de “Romeo y Julieta” de William Shakespeare, su pintoresca y desenfadada descripción de los ambientes frecuentados por los jóvenes de la época, fuertemente influenciados por sus equivalentes norteamericanos, supusieron un enorme éxito de taquilla.

Aunque su amplio formato de pantalla esté dirigido a crear un espectáculo visual acorde con la modernidad que insuflan sus imágenes, en realidad está poco aprovechado, con aires que sobran por cada lado del encuadre, y de hecho un formato más cerrado y claustrofóbico quizás sería más adecuado para contar la historia de dos seres atrapados en un mundo que no les deja libertad para estar juntos. Su tendencia a la frontalidad tampoco añade demasiado interés visual, y sólo en la secuencia del molino donde se reúnen en la parte final de la película hay un cierto juego con primeros términos para recrear una suerte de prisión. En ese momento también se usa poca profundidad de campo para centrar la atención individualmente en cada uno de los dos personajes, dos mitades de un todo que sin embargo no pueden llegar a unirse para constituirlo.

Hay dos aspectos curiosos en “Juventud descalza”; uno de ellos es la insinuada homosexualidad del amigo del protagonista que, sin llegar a nunca a verbalizarlo, está evidentemente enamorado de él. Esa mirada picarona mientras ambos orinan en un muro al aire libre y esa demostración de afecto en la secuencia final dejan sorprendentemente muy poco lugar a dudas. Una secuencia final, por cierto, que evidencia de forma magistral el abismo que hay entre los estatus sociales de la pareja. El segundo aspecto es la forma en que los maleantes se redimen: o bien confesando sus delitos y arrepintiéndose de ellos —de forma poco plausible, a decir verdad—, o bien muriendo, trasmitiendo así la idea de que el crimen siempre termina pagándose ante la sociedad.

Por último, “Mist” adapta el exitoso cuento "Viaje a Mujin", escrito por Seung-ok Kim y publicado en 1964. La película sigue la visita vacacional del director ejecutivo de un laboratorio farmacéutico de Seúl a su localidad natal, un pueblecito costero cubierto gran parte del tiempo por una persistente neblina. Su esposa no puede acompañarlo porque debe asistir a una junta de accionistas en la que su padre, presidente de la compañía, debería cumplir su promesa de nombrarlo director general. Tras cuatro años sin visitar el lugar, el protagonista se reencuentra con antiguos conocidos y compañeros de estudios mientras recuerda pasajes pretéritos, como la enfermedad pulmonar que sufrió cuando era más joven o el escondrijo casero que su madre le confeccionó para evitar que luchara en la guerra de Corea cuando lo llamaron a filas. Durante una de sus visitas, el directivo conoce a una profesora de música que desea trasladarse a Seúl e inician un romance, durante el cual él fantasea con la idea de empezar una nueva vida con ella en la capital.

Dirigida por Soo-yong Kim, “Mist” es un drama alimentado por el hastío, la soledad y el desarraigo ante una promesa de modernización social que desencadena cierta nostalgia del pasado. La influencia de la Nueva Ola francesa, especialmente de “Hiroshima mon amour” y “El año pasado en Marienbad” de Alain Resnais y “La aventura” de Michelangelo Antonioni, se hace evidente en su uso del montaje para vertebrar la historia a partir de los recuerdos. La memoria del personaje es explorada mediante una narrativa fragmentada que fluye por sus recuerdos sin un orden cronológico concreto con el objetivo de potenciar un estado de ánimo específico. Y lo hace ayudado por el paisaje sonoro, que adquiere un papel crucial en la creación de ambientes y en la forma de alargar las conversaciones sobre secuencias ajenas a las mismas, derribando las fronteras espaciotemporales. Su poder evocador se completa con una fotografía en un blanco y negro empañado por la persistente neblina del título, cual recuerdo borroso, atemporal y casi onírico de un tiempo perdido entre resonancias fantasmagóricas.

Tras su paso por San Sebastián, estos diez títulos podrán verse también en Madrid, en la Filmoteca Española, durante los meses de octubre y noviembre. Excepto en el caso de “Una flor en el infierno”, que cuenta con una copia en 35mm, todas ellas son digitalizaciones únicas llevadas a cabo por el Korean Film Archive, algunas de las cuales presentan carencias técnicas, con fragmentos perdidos y deficiencias en imagen y sonido, pero su valor histórico y cinematográfico es tan notable y la oportunidad de poder verlas en gran pantalla es tan única que sólo podemos celebrarlo.


Las películas que forman parte del ciclo son las siguientes:

Jiokhwa (Sang-ok Shin, 1958) [UNA FLOR EN EL INFIERNO]

Hanyo (Ki-young Kim, 1960) [LA CRIADA]

Romaenseu ppappa (Sang-ok Shin, 1960) [PAPÁ ROMÁNTICO]

Mabu (Dae-jin Kang, 1961) [EL COCHERO]

Obaltan (Hyun-mok Yoo, 1961) [BALA PERDIDA]

Dumanganga jal itgeola (Kwon-taek Im, 1962) [ADIÓS AL RÍO DUMAN]

Yeopansa (Eun-won Hong, 1962) [UNA MUJER JUEZ]

Geomeun meori (Man-hui Lee, 1964) [PELO NEGRO]

Maenbaleui cheongchun (Ki-duk Kim, 1964) [JUVENTUD DESCALZA]

Angae (Soo-yong Kim, 1967) [MIST]

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