Crónica Las Palmas 2017: "Still Life" con el corazón en la garganta
El matadero como metáfora del horror, de la violencia, de la barbarie y la crueldad. Un lugar donde unos son ejecutados y otros, simplemente, sobreviven. Un lugar que parece ser el reflejo de nuestra propia sociedad, de nuestros miedos y nuestra brutalidad. Y en mitad de ese lugar, las relaciones. En este caso, entre hombres y animales. De eso trata "Still life", un interesante híbrido entre ficción y documental que pudo verse en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.
¿Qué es?
Un joven trabaja en un matadero en compañía de su fiel y cariñoso perro. Ambos, que mantienen una estrecha relación, son testigos cada noche del sufrimiento de los animales. Cerdos, terneras y corderos que son hacinados en angostos cubículos a la espera de ser conducidos a su final en un macabro desfile al amanecer.
¿Quién está detrás?
La francesa Maud Alpi en su debut tras la cámara, que fue presentado en la Sección Cineastas en el Festival de Locarno. Cámara en mano y con un estilo directo, crudo y realista, la directora hace una aproximación, tan certera como dolorosa, a la relación que mantenemos con los animales, una relación que oscila entre el amor hacía unos -aquellos que permitimos que continúen vivos- y la crueldad -hacia aquellos que sacrificamos sin pudor ni remordimiento- provocando que, al final, no sepamos bien quienes son los humanos y quienes, por el contrario, los animales. Un debut brillante con una necesaria carga reflexiva que desafía tanto como incomoda al público. Una película de obligado visionado.

¿Quién sale?
Virgile Hanrot encarna al trabajador nocturno del matadero, acompañado por Dimitri Buchenet en sus pesadas labores. A pesar de sus esporádicas apariciones, el film se centra más en la vida de los animales y reduce el relato sobre ambos a breves pinceladas: ellos dos disfrutando de un baño en el lago mientras se colocan a base de marihuana, la de uno de ellos y su tierna relación con su perro o los momentos de intimidad que tiene con su amante. Un film casi impresionista, con escasa narración, donde importa más el efecto metafórico y la construcción del discurso a partir de las imágenes del matadero -en contraposición a la de los perros en libertad- que el contar una historia.
¿Qué es?
Un mezcla entre documental y ficción rodado con exhaustivo realismo, un necesario y urgente alegato sobre como nos relacionamos con los animales, una denuncia del maltrato al que les sometemos. Un film que te convertirá en vegano.

¿Qué ofrece?
El film comienza con la escena de un joven acariciando a su afectuoso perro mientras le susurra: "podría haber acabado en un sitio peor, en un uno donde no pudiera tenerte", y termina con ese mismo perro, acompañado por otros, vagando en libertad y al ritmo de "Show me the place" de Leonard Cohe. Entre medias, la directora nos enseña el lugar: un matadero. Y todo lo que en él sucede: la tortura sistemática, el sacrificio y la forma tan inhumana, valga la paradoja, en que se trata a los animales. Un film casi mudo -apenas un par de minutos de diálogo en la hora y media de metraje- que denuncia una situación injusta pero que lo hace sin maniqueísmos ni énfasis, mostrando con impavidez lo que sucede y dejando que el público saque sus propias conclusiones. No hay respuestas, solo la exposición de unos hechos tan retorcidos como truculentos. Y éstos, en muchos casos, gracias a la mirada de la cineasta vienen cargados de una rara y extraña poética, cada fotograma impregnado de una desnudez desoladora. El horror evocado con un singular aliento poético para que, al final, uno salga cuestionándose los límites de nuestra humanidad y preguntándose porque salvamos a unos y condenamos a otros de forma tan despiadada, fiera y sanguinaria. Una obra hecha para cuestionar al espectador, para incomodarle y hacerle pensar. Y sí, hacerlo desde el dolor. Desde el nuestro y, sobre todo, desde el de ellos.
