Crónica Las Palmas 2017: "Katie says goodbye" joven y bonita
El pasado día 31 se inauguraba el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria con la proyección de "Katie says goodbye" en el abarrotado teatro Benito Pérez Galdós, con un público entusiasta y expectante. Esta noche, el debut de Wayne Robert se ha repuesto dentro de la Sección Oficial. Una gran oportunidad para todos aquellos rezagados que no pudieron verla hace cinco días. Y es que esta ópera prima de vigorosa e inaudita fuerza dramática supondrá toda una experiencia para cualquier espectador. Pero avisamos: se tratará de una dura e inclemente experiencia, pues la película es un despiadado y crudo retrato de una pequeña comunidad de Arizona con una optimista y alegre protagonista -la Katie del título- que conocerá desde muy joven el dolor, el suplicio, el rechazo, la violencia y la traición. Y el director, utilizando un estilo naturalista y directo, no nos priva de lo momentos más desagradable e incómodos. No hay elipsis posible ante el dolor.
¿De qué va?
Kaite es una joven de 27 años, ingenua y risueña, que vive en un pequeño pueblo de Arizona y trabaja como camarera para mantenerse ella y poder pagar el alquiler de la casa que comparte con su desastrosa y alcoholizada madre. Su gran sueño es irse a vivir a California, concretamente a San Francisco. Para poder hacerlo realidad se saca un suplemento extra al mes ejerciendo la prostitución. Mientras se enamora de Bruno, un ex-convicto recién llegado que trabaja en el taller de coches, irá descubriendo el lado más oscuro y miserable de la vida, ese que está poblado de monstruos que no le pondrán fácil el camino a su ansiada San Francisco.
¿Quién está detrás?
Wayne Roberts. Un nombre que ya debería estar entre lo mejor del cine independiente americano. Su primer film demuestra su enorme capacidad para retratar los dramas más sórdidos con exquisita sensibilidad, a pesar de lo explícito de la puesta en escena y lo rocambolesco de las situaciones. Y, a la vez, indica que posee un estilo descarnado que impacta al público, que actúa como revulsivo, pero que se atempera por el lirismo que resuena en cada fotograma, en la tierna mirada que dirige a sus personajes, en su comprensión y humanismo.
¿Quién sale?
Con profundidad, delicadeza, matices y ternura interpreta Olivia Cooke a Katie. La actriz, a la que pronto podremos ver en la última criatura fílmica de Spielberg y a la que hemos podido seguir estos últimos años en la pequeña pantalla gracias a la serie "Bates Motel", realiza aquí un trabajo memorable. Es imposible no emocionarse ante sus lágrimas, vibrar con su alegría o estremecerse ante la forma en que le trata el a veces caprichoso, pavoroso y sádico destino. Pero seguramente parte del brillo de la actuación se apagaría si no fuera por el notable plantel de secundarios que le acompañan, desde Christopher Abbot, encarnando al lacónico y rudo Bruno, hasta Mireille Enos o Mary Steenburgen interpretando a la maternal y cariño supervisora de la cafetería donde trabaja Katie.

¿Qué es?
Un drama desgarrador con una estética y ritmo similares al de las películas de Kelly Reichardt, sensación reforzada por el hecho de que a Wayne Roberts también le gusta rodar en los áridos paisajes del centro de los Estados Unidos, con ecos más que evidentes de "Joven y bonita" de Françoise Ozon, película donde la protagonista tiene la misma edad que Katie y se dedica también de una forma desenvuelta, desprejuiciada y resuelta a la prostitución . Incluso podríamos hablar de cierta influencia de la película más célebre sobre una mujer que cobra por tener sexo sin que eso suponga un dilema ético o motivo de zozobra. Por supuesto, nos referimos a "Vivir su vida" de Godart.
¿Qué ofrece?
Una mirada diferente a temas tan polémicos como la prostitución, ejercida libremente y sin que genere desasosiego o tormento en su protagonista, un retrato de una pequeña comunidad en lo más profundo de los Estados Unidos, un estudio pormenorizado de personajes y un melodrama doloroso y seco. Tan seco como los paisajes que transita Katie en busca de cierto sentido en su vida, mientras sigue soñando con San Francisco como Ulises con Ítaca, ese lugar mítico, idealizado e incierto donde hemos ubicado el paraíso y que si algo nos ha enseñado el cine y la literatura es que, generalmente, no existe. Un espejismo que utilizamos para avanzar. Y eso es lo que hace exactamente Katie aunque que, como la Justine de Sade, deba superar miles de obstáculos, desde unos vecinos que le acosan para obtener favores sexuales hasta una madre egoísta que apenas siente afecto por su generosa hija. Algún ligero toque de humor para rebajar el dramatismo y una puesta en escena profundamente realista y sin artificios, una narración sencilla y lineal para un película cuyo argumento no merecía cargar precisamente las tintas ni rizar demasiado el rizo. Wayne Roberts sabe que para provocar al espectador nada mejor que la sencillez, que la imagen de un joven retorciéndose las manos y mirando al horizonte mientras nosotros escuchamos la escena que acontece a su espalda, lo que suponemos que es una violación por los jadeos del repulsivo verdugo y los lamentos y gritos de auxilio de la víctima, es suficiente para conseguir su propósito: que salgamos de la sala de cine cabizbajos, silenciosos, reflexivos e impactados.