Filme ochentero de poca repercusión que, en un principio, parece engrosar el saco de títulos de poca valía y honda nostalgia pertenecientes a esa época. Craso error. Uno se da de bruces con una película de gran originalidad, plausible imaginación e indudable eficacia que le lleva a paladearla sin descanso hasta su redondo final. La interpretación de William Boyett (el abducido Jonathan Miller) es de festejo palomitero. Una joya oculta a descubrir.
23 octubre 2017